Guión: Bob Peterson.
Me acuerdo de que, cuando era pequeño, iba ilusionado al cine cada vez que estrenaban una película de la Disney -o la reponían; en esa época no me daba cuenta de la diferencia. La bella y la bestia. La sirenita. El rey león, que ahora me parece siniestramente clasista pero que durante mi infancia fue mi favorita de la compañía. Aladdín, que lo es ahora. La bella durmiente, la primera película que recuerdo haber visto en cine. Un día mis padres me llevaron a ver Toy Story, y yo me maravillé, sin tener ni idea de que no era propiamente de la Disney, sino de los estudios Pixar. A partir de entonces la Disney fue estrenando cosas cada vez más flojas: Pocahontas, El jorobado de Notre Dame, Hércules, Tarzán. Las siguientes ya ni las vi, pero no porque me hubiera hecho mayor, ya que después de esas la Pixar estrenó Bichos, Toy Story 2, Monstruos, S.A., y en esos casos sí pagué la entrada.
El nivel cualitativo, tanto en lo técnico como en el resto de apartados, iría en aumento casi sin excepción. Buscando a Nemo, preciosa, viva y frenética. Los Increíbles, o cómo Nietzsche y Alan Moore se pueden fusionar en una película teóricamente infantil. Cars, la peor de todas, y que aun así supera sin despeinarse a cualquiera de las más recientes de la Disney (y está al nivel de las mejores de la Dreamworks, que plagia a la Pixar mejor o peor pero siempre con simpatía). Ratatouille, una oda a la igualdad que reafirmó el éxito de la compañía en su pretensión de llegar tanto al público adulto como al infantil.
Y entonces, el año pasado, llegó Wall-E. Oh, Wall-E. Si no tengo cojones de decir que es la mejor película de animación de la historia es porque me imagino a Miyazaki mirándome con el ceño fruncido desde un extremo de la habitación. En cualquier caso, Wall-E es una puta maravilla que hace llorar, hace reír, lanza un mensaje ecologista con mucha más soltura y justificación que Al Gore y, ya puestos, homenajea la historia del cine, de Chaplin a Spielberg, pasando por Kubrick y Woody Allen. Para más información (autopublicidad ------>), leer la crítica que escribí el año pasado.
Introducción interminable que conduce a esto: me moría de ganas de ver Up, la última de Pixar, que se ha estrenado hoy, el jueves 30 de julio. Por si fuera poco, la crítica la ha encumbrado incluso en mayor medida que a Wall-E y, en mi mente, la idea de que una película de animación supere a la del robot enamorado era (¿es...?) inconcebible. El único fallo, por así llamarlo, que soy capaz de ver en Wall-E es el hecho de que precisamente ese público infantil al que se supone que se enfocaba la película (o al menos la promoción) no la disfrutó especialmente. Yo a los diez minutos estaba a punto de llorar, pero los críos se aburrían un poco después de media hora de silencio casi absoluto. Por eso hoy, cuando las luces se han apagado y me he puesto las gafas 3D (mi primera vez, por cierto), no he podido evitar que se me acelerara el pulso.
Up cuenta la historia de Carl, un anciano vendedor de globos que, tras perder a su mujer, está a punto de perder también la casa en la que vivieron juntos desde la infancia. Así, para salvarla y, a su vez, cumplir el sueño, también compartido con la esposa desde que eran niños, de irse a vivir a las Cataratas Paraíso, en Sudamérica, concibe un plan: infla todos los globos que ha guardadado durante su vida y hace que la casita se eleve. Junto a él, por accidente, va Russell, un pequeño Boy Scout que pretende ayudarlo con el propósito de conseguir la última insignia que le falta para ascender de rango.
La película empieza contando cómo se conocieron Carl y su mujer, Ellie, y vemos cómo fue su vida juntos mediante una sucesión de escenas en que el único sonido es una maravillosa melodía in descendo de piano. Es increíble la maestría con que los directores, Pete Docter (Monstruos, S.A.) y Bob Peterson (guionista de ésta y de Buscando a Nemo), son capaces de narrar y, más importante, expresar tanto en tan pocos minutos y con tan pocos elementos. Conclusión: a los diez minutos parte de los espectadores, entre ellos, por supuesto, yo, estábamos llorando como si nos hubieran arrancado los pulmones.
Up es tremendamente emotiva, aunque (y aquí empiezan las comparaciones, odiosas, inevitables y demás) no tanto como Wall-E. Y es que el esquema narrativo de ambas películas es similar pero, mientras que en aquella la parte "infantil" duraba casi tanto como la "adulta", aquí lo más emocional tiene lugar durante los primeros veinte minutos previos al fundamental giro de la trama, del que no hablaré demasiado. El principio es lo mejor de la película, a pesar del despliegue de talento visual y humorístico que supone el resto del metraje. Eso sí, en un punto concreto hay otra escena lacrimógena. Muchísimo. Puta Pixar.
Esta preponderancia de lo infantil confiere a Up una reinversión del balance en relación a Wall-E o Los Increíbles, pero desde luego sin llegar a la infantilidad casi completa de Cars, de modo que se acerca más a Buscando a Nemo, una de las películas de Pixar a las que más se parece. Esto es ya cuestión de gustos, pero personalmente me siento más atraído y valoro más las películas más maduras de la compañía (aunque aquí hasta hay sangre...). Aun así, quizá el equilibrio perfecto sea éste, y de todas formas Up tiene virtudes que hacen fácil de perdonar ese no-defecto.
Al igual que pasaba con Wall-E, es complicado hacer una crítica completa de Up sin desvelar aspectos importantes de la historia. Así pues, en referencia a ese giro fundamental del que he hablado antes, comentaré simplemente que, en una crítica que leí, comparaban Up con Verne, Magritte, Miyazaki y Chaplin. Si bien lo de Magritte me parece un modo un tanto arbitrario de referirse al surrealismo colorista e inofensivo y lo de Chaplin es mucho menos obvio que en Wall-E, considero que las comparaciones con Verne y, sobre todo, con Miyazaki son perfectamente acertadas.
Son muchos los elementos comunes con las películas del maestro japonés (director de El viaje de Chihiro, El castillo errante de Howl, Mi vecino Totoro, la muy reciente Ponyo en el acantilado) y de Studio Ghibli, en muchos sentidos: escenarios, situaciones, personajes. De hecho Up se siente, en cierto modo, más japonesa que americana, por la libertad creativa, la originalidad, la falta de miedo al enfocar aspectos y planteamientos completamente oníricos y fantasiosos. Lo cual es elogiable, sobre todo teniendo en cuenta lo estancado que está, por lo general, el cine infantil más allá de Pixar.
Luego, claro, está el mensaje, ineludible en las películas infantiles occidentales (excepto en casos concretos; pienso en Coraline), que Pixar siempre transmite con una gracia y una efectividad muy particulares. En Wall-E se fomentaba la ecología, en Ratatouille se rechazaba el racismo, en Bichos nos decían que la unión hace la fuerza, en Toy Story 2 se nos invitaba al carpe diem. Up cubre bastante terreno, pero lo central es la necesidad de seguir adelante después de una tragedia. Como todos los demás que he mencionado, este mensaje es universal, pero el hecho de que sea también más emocional hace que cale más hondo.
Up es otra obra maestra de las que Pixar se ha acostumbrado a hacer, una película tierna, visualmente deliciosa, equilibrada a pesar de su falta de barreras, terriblemente triste pero aun así divertidísima y esperanzadora. Y, desde luego, imprescindible.
Me acuerdo de que, cuando era pequeño, iba ilusionado al cine cada vez que estrenaban una película de la Disney -o la reponían; en esa época no me daba cuenta de la diferencia. La bella y la bestia. La sirenita. El rey león, que ahora me parece siniestramente clasista pero que durante mi infancia fue mi favorita de la compañía. Aladdín, que lo es ahora. La bella durmiente, la primera película que recuerdo haber visto en cine. Un día mis padres me llevaron a ver Toy Story, y yo me maravillé, sin tener ni idea de que no era propiamente de la Disney, sino de los estudios Pixar. A partir de entonces la Disney fue estrenando cosas cada vez más flojas: Pocahontas, El jorobado de Notre Dame, Hércules, Tarzán. Las siguientes ya ni las vi, pero no porque me hubiera hecho mayor, ya que después de esas la Pixar estrenó Bichos, Toy Story 2, Monstruos, S.A., y en esos casos sí pagué la entrada.
El nivel cualitativo, tanto en lo técnico como en el resto de apartados, iría en aumento casi sin excepción. Buscando a Nemo, preciosa, viva y frenética. Los Increíbles, o cómo Nietzsche y Alan Moore se pueden fusionar en una película teóricamente infantil. Cars, la peor de todas, y que aun así supera sin despeinarse a cualquiera de las más recientes de la Disney (y está al nivel de las mejores de la Dreamworks, que plagia a la Pixar mejor o peor pero siempre con simpatía). Ratatouille, una oda a la igualdad que reafirmó el éxito de la compañía en su pretensión de llegar tanto al público adulto como al infantil.
Y entonces, el año pasado, llegó Wall-E. Oh, Wall-E. Si no tengo cojones de decir que es la mejor película de animación de la historia es porque me imagino a Miyazaki mirándome con el ceño fruncido desde un extremo de la habitación. En cualquier caso, Wall-E es una puta maravilla que hace llorar, hace reír, lanza un mensaje ecologista con mucha más soltura y justificación que Al Gore y, ya puestos, homenajea la historia del cine, de Chaplin a Spielberg, pasando por Kubrick y Woody Allen. Para más información (autopublicidad ------>), leer la crítica que escribí el año pasado.
Introducción interminable que conduce a esto: me moría de ganas de ver Up, la última de Pixar, que se ha estrenado hoy, el jueves 30 de julio. Por si fuera poco, la crítica la ha encumbrado incluso en mayor medida que a Wall-E y, en mi mente, la idea de que una película de animación supere a la del robot enamorado era (¿es...?) inconcebible. El único fallo, por así llamarlo, que soy capaz de ver en Wall-E es el hecho de que precisamente ese público infantil al que se supone que se enfocaba la película (o al menos la promoción) no la disfrutó especialmente. Yo a los diez minutos estaba a punto de llorar, pero los críos se aburrían un poco después de media hora de silencio casi absoluto. Por eso hoy, cuando las luces se han apagado y me he puesto las gafas 3D (mi primera vez, por cierto), no he podido evitar que se me acelerara el pulso.
Up cuenta la historia de Carl, un anciano vendedor de globos que, tras perder a su mujer, está a punto de perder también la casa en la que vivieron juntos desde la infancia. Así, para salvarla y, a su vez, cumplir el sueño, también compartido con la esposa desde que eran niños, de irse a vivir a las Cataratas Paraíso, en Sudamérica, concibe un plan: infla todos los globos que ha guardadado durante su vida y hace que la casita se eleve. Junto a él, por accidente, va Russell, un pequeño Boy Scout que pretende ayudarlo con el propósito de conseguir la última insignia que le falta para ascender de rango.
La película empieza contando cómo se conocieron Carl y su mujer, Ellie, y vemos cómo fue su vida juntos mediante una sucesión de escenas en que el único sonido es una maravillosa melodía in descendo de piano. Es increíble la maestría con que los directores, Pete Docter (Monstruos, S.A.) y Bob Peterson (guionista de ésta y de Buscando a Nemo), son capaces de narrar y, más importante, expresar tanto en tan pocos minutos y con tan pocos elementos. Conclusión: a los diez minutos parte de los espectadores, entre ellos, por supuesto, yo, estábamos llorando como si nos hubieran arrancado los pulmones.
Up es tremendamente emotiva, aunque (y aquí empiezan las comparaciones, odiosas, inevitables y demás) no tanto como Wall-E. Y es que el esquema narrativo de ambas películas es similar pero, mientras que en aquella la parte "infantil" duraba casi tanto como la "adulta", aquí lo más emocional tiene lugar durante los primeros veinte minutos previos al fundamental giro de la trama, del que no hablaré demasiado. El principio es lo mejor de la película, a pesar del despliegue de talento visual y humorístico que supone el resto del metraje. Eso sí, en un punto concreto hay otra escena lacrimógena. Muchísimo. Puta Pixar.
Esta preponderancia de lo infantil confiere a Up una reinversión del balance en relación a Wall-E o Los Increíbles, pero desde luego sin llegar a la infantilidad casi completa de Cars, de modo que se acerca más a Buscando a Nemo, una de las películas de Pixar a las que más se parece. Esto es ya cuestión de gustos, pero personalmente me siento más atraído y valoro más las películas más maduras de la compañía (aunque aquí hasta hay sangre...). Aun así, quizá el equilibrio perfecto sea éste, y de todas formas Up tiene virtudes que hacen fácil de perdonar ese no-defecto.
Al igual que pasaba con Wall-E, es complicado hacer una crítica completa de Up sin desvelar aspectos importantes de la historia. Así pues, en referencia a ese giro fundamental del que he hablado antes, comentaré simplemente que, en una crítica que leí, comparaban Up con Verne, Magritte, Miyazaki y Chaplin. Si bien lo de Magritte me parece un modo un tanto arbitrario de referirse al surrealismo colorista e inofensivo y lo de Chaplin es mucho menos obvio que en Wall-E, considero que las comparaciones con Verne y, sobre todo, con Miyazaki son perfectamente acertadas.
Son muchos los elementos comunes con las películas del maestro japonés (director de El viaje de Chihiro, El castillo errante de Howl, Mi vecino Totoro, la muy reciente Ponyo en el acantilado) y de Studio Ghibli, en muchos sentidos: escenarios, situaciones, personajes. De hecho Up se siente, en cierto modo, más japonesa que americana, por la libertad creativa, la originalidad, la falta de miedo al enfocar aspectos y planteamientos completamente oníricos y fantasiosos. Lo cual es elogiable, sobre todo teniendo en cuenta lo estancado que está, por lo general, el cine infantil más allá de Pixar.
Luego, claro, está el mensaje, ineludible en las películas infantiles occidentales (excepto en casos concretos; pienso en Coraline), que Pixar siempre transmite con una gracia y una efectividad muy particulares. En Wall-E se fomentaba la ecología, en Ratatouille se rechazaba el racismo, en Bichos nos decían que la unión hace la fuerza, en Toy Story 2 se nos invitaba al carpe diem. Up cubre bastante terreno, pero lo central es la necesidad de seguir adelante después de una tragedia. Como todos los demás que he mencionado, este mensaje es universal, pero el hecho de que sea también más emocional hace que cale más hondo.
Up es otra obra maestra de las que Pixar se ha acostumbrado a hacer, una película tierna, visualmente deliciosa, equilibrada a pesar de su falta de barreras, terriblemente triste pero aun así divertidísima y esperanzadora. Y, desde luego, imprescindible.
1 comentario:
¡Ardilla!
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