viernes, 31 de diciembre de 2010

Balada triste de trompeta


Dirección: Álex de la Iglesia.
Guión: Álex de la Iglesia.
Reparto: Carlos Areces, Carolina Bang, Antonio de la Torre, Manuel Tallafé, Alejandro Tejería, Manuel Segura, Enrique Villén, Gracia Olayo, Sancho Gracia, Santiago Segura.

Álex de la Iglesia es uno de los directores españoles más famosos de la actualidad. Y, a diferencia del resto, que son ocasionalmente sobrevalorados, como Amenábar y Coixet, o lo son siempre, como Almodóvar, sus películas suelen dar lo que prometen. Esto es así porque al cine de Álex de la Iglesia no se le presupone calidad, sino otra cosa: personalidad. Que obras como El día de la bestia o Crimen ferpecto son un desfase casi constante no hace falta ni decirlo, pero es una parte esencial del valor, cuestionable o no, de la filmografía de De la Iglesia. Por eso mismo decepcionó Los crímenes de Oxford, que en su intento de ignorar los tics de la mano del autor quedó estéril. Sin embargo, ese esperpento tan típicamente español y del que De la Iglesia es el mayor representante sólo funciona si lo grotesco no sobrepasa ciertas barreras de exceso o de coherencia narrativa. Y he ahí por qué Balada triste de trompeta, su última película, no es buena.

Javier (Carlos Areces) tuvo una infancia difícil. Su madre murió cuando era muy pequeño, y su padre, un payaso que luchó en el bando republicano durante la Guerra Civil, murió en la cárcel pocos años después, no sin haber recomendado a su hijo que utilizara la venganza para curar su dolor. En los años 70, Javier se une a un circo para ponerse, por primera vez, en la piel del payaso triste. El payaso tonto, Sergio (Antonio de la Torre), es la estrella del espectáculo y quien verdaderamente lleva las riendas del circo; durante el día hace reír a los niños, a los que adora, pero durante la noche, cuando bebe, pega a su novia, la trapecista Natalia (Carolina Bang), con quien mantiene una relación difícil, y de quien Javier se enamora. El inicio de este trío amoroso desencadena una sucesión de actos violentos incitados por los celos y la indecisión de la mujer.


Balada triste de trompeta tiene un comienzo brutal. Tanto la estética como el montaje de las primeras dos o tres escenas y los créditos iniciales (que intercalan con muchísimo acierto fotografías en blanco y negro de artistas de circo, figuras públicas y escenas corrientes del siglo XX, con música flamenca/militar de fondo) son tremendamente efectistas y bien logradas. Sin embargo, estos logros se disipan cuando empieza el nudo. Los chistes dejan de funcionar enseguida, básicamente porque el guión se centra mucho más en la acción que en el diálogo, algo que, en uno u otro punto, pasa en todas las películas de Álex de la Iglesia, pero aquí es en un momento demasiado cercano al inicio. Esa sensación de clímax constante que, en mayor o menor medida, se alcanzaba en El día de la bestia, La comunidad y Crimen ferpecto (y que ni siquiera en estas era particularmente destacable) se traduce aquí en una sucesión de escenas impactantes sin verdadera cohesión, que no parecen ir mucho más allá de un intento de descolocar al espectador tanto como sea posible. Muchos de los chistes violentos tampoco tienen gracia, como la "subtrama" del motorista. Por otra parte, destaco la escena en que una familia entra en un bar a pedir un desayuno como ejemplo de que la genialidad de los diálogos de De la Iglesia sigue despertando ocasionalmente.

Tristemente, el acertado reparto tampoco consigue mejorar mucho la película. El mejor es Antonio de la Torre, que da verdadero miedo, aunque su personaje se deshincha junto al resto de la película. Carlos Areces es la elección perfecta para el papel protagonista, y mucho de lo que se dice en Balada triste de trompeta sobre los payasos tristes es totalmente aplicable a él, pero no creo que llame la atención a aquellos que no lo conocen por La Hora Chanante y derivados. Carolina Bang es una mujer-florero y dudo que alguien se atreva a decir lo contrario, pero De la Iglesia tampoco le pide mucho más. Enrique Villén, Luis Varela y compañía, que siempre han sido pequeñas joyas en las obras del director, aquí no tienen, en general, diálogos con la chispa de los de películas anteriores, y el único cameo que no está desaprovechado es el de Santiago Segura, que debería dejarse de Torrentes y gilipolleces varias y dedicarse a actuar en serio.


En realidad, Balada triste de trompeta es una metáfora sobre la Guerra Civil, sobre el origen de los rencores y el hecho de que, sin importar los motivos de cada bando, ambos acabaran convirtiéndose en lo mismo. Si bien esto da un valor añadido a la película y haciendo una relectura en este sentido algunos elementos adquieren sentido (como la aparentemente absurda reaparición del personaje de Sancho Gracia), no es suficiente para que Balada triste de trompeta llegue a otro nivel, puesto que la falta de, digamos, elegancia en la simbología es casi constante y distrae muchísimo, a excepción de algún momento concreto, en particular el plano final.

Hace años, en el instituto, hice un trabajo sobre el cine de Álex de la Iglesia donde, entre otras cosas, hablaba de los paralelismos entre sus obras. Lo cierto es que me lo puso fácil, porque el número de elementos que se repiten en su filmografía es enorme, y esto siempre me ha hecho pensar en una relativa falta de creatividad. En Balada triste de trompeta, por ejemplo, reaparecen por enésima vez las escenas de vértigo, especialmente en la última escena, que tiene lugar en un sitio alto. Estos elementos utilizados como armazón dan una especie de consistencia interna al cine de De la Iglesia y, no sé si porque son parte de esa "personalidad" de la que hablaba, no molestan demasiado, sino que más bien ayudan al espectador a encontrar puntos de apoyo.


En la película hay también muchas referencias culturales a la España de la época en que se ambienta; el mismo título está extraído de una canción de Raphael que suena durante el metraje. También están por ahí Franco, Carrero Blanco y ETA; la intención del director, supongo, es algo así como hacer ver al espectador que las abominaciones que crea no destacan especialmente entre todo lo que ha pasado en nuestro país. Sin embargo, imagino que la sensación experimentada automáticamente por la mayoría de los espectadores será, nuevamente, de incomprensión o de innecesariedad.

Si Los crímenes de Oxford fue un intento por parte de Álex de la Iglesia de reprimir los elementos que hacen inconfundible su manera de hacer cine, Balada triste de trompeta parece todo lo contrario; sin embargo, deja demasiado de lado el guión en favor de la violencia, y su falta de cohesión es más notable todavía que en el resto de la filmografía del director, que pocas veces se ha caracterizado por tener un buen ritmo narrativo. Aun así, tiene un cierto valor, aunque probablemente menor de lo que a De la Iglesia le habría gustado, como reflexión sobre la Guerra Civil y la España del siglo pasado en general, y es, en ese sentido, el reflejo más desesperanzador de nuestro país de todos los que nos ha mostrado el cineasta.


jueves, 16 de diciembre de 2010

Biutiful


Dirección:
Alejandro González Iñárritu.
Guión: Alejandro González Iñárritu, Armando Bo, Nicolás Giacobone.
Reparto: Javier Bardem, Maricel Álvarez, Hanaa Mouchaib, Guillermo Estrella, Eduard Fernández, Rubén Ochandiano, Ana Wagener, Diaryatou Daff, Taisheng Cheng, Luo Jin.

Hay pocos directores actuales que se hayan ganado tanto a los críticos profesionales como el mexicano Alejandro González Iñárritu. Sus tres primeras películas, Amores perros, 21 gramos y Babel, son tres de los mejores ejemplos del cine de vidas cruzadas, y también tres de las películas más sensibles de los últimos diez años. Sin embargo, gran parte del valor de esta filmografía no radica en Iñárritu sino en su guionista, Guillermo Arriaga. Me asustó enterarme de que la díada se había separado y, después de la ópera prima de Arriaga en solitario, Lejos de la tierra quemada, buena pero relativamente fría y falta de imaginación, temí que ninguno de los dos valdría realmente la pena sin el otro. El miedo se incrementó aún más con las primeras críticas de la nueva película de Iñárritu, Biutiful. Pero, después de verla, respiro más tranquilo.

Uxbal (Javier Bardem) vive en la zona franca de Barcelona y saca adelante a sus dos hijos como puede: actuando como intermediario entre inmigrantes chinos y senegaleses en la venta de accesorios falsificados y películas pirata y contactando, por un precio, con los espíritus de algunos muertos recientes. Cuando descubre que tiene cáncer y le quedan pocos meses de vida intenta poner en orden el futuro de sus hijos y aceptar el suyo.

Lo primero que llama la atención de Biutiful es, obviamente, su aspecto sobrenatural, ausente hasta ahora en la filmografía de Iñárritu; lo más cercano había sido una espiritualidad muy levemente insinuada, como las referencias al peso del alma que dan título a 21 gramos. A pesar de lo trascendente que pueda parecer este componente, lo cierto es que lo sobrenatural en Biutiful es poco más que otro recurso emotivo que el director utiliza hábilmente o, en todo caso, un modo de incrementar la conciencia del protagonista sobre su propia muerte. Esta "secundariedad" de la vida después de la muerte recuerda a la literatura latinoamericana -Rulfo, García Márquez- más que al punto de vista de la sociedad, y por tanto del cine, europeo y norteamericano a los que estamos más acostumbrados.

La fusión entre sensibilidad social y existencial tan propia de Iñárritu vuelve a estar presente. La sensibilidad existencial -o vital, o como sea que se la pueda denominar- no se limita, y ni siquiera se centra, en la muerte inminente del protagonista, sino que se da incluso más importancia a la relación con los hijos y con el resto de personas con quien interactúa, como los inmigrantes que trabajan con él. Así, la sensibilidad social a la que me refería está estrechamente ligada al otro tipo, y el impacto que produce en el espectador es acrecentado por la ambientación, la puesta en escena y la fotografía.


La Barcelona de Biutiful es muy poco beautiful, y de hecho ahora se me ocurre que ese título fonético puede ser un juego de palabras sobre la falsa imagen de la ciudad. Es algo así como la antítesis de la Barcelona que presentaba Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona, limpia, colorida, moderna, fashion, y en sus pretensiones Iñárritu se excede tanto como Allen. Tan poco realistas parecen las Ramblas vacías en las que paseaba Bardem con Pe como éstas en las que presencia una carga policial casi militar. Aun así, como conjunto, Biutiful consigue un grado elevado de realismo, una Barcelona (que no deja de ser un ejemplo de casi cualquier otra ciudad cosmopolita) a la que muchos estamos acostumbrados y otros prefieren ignorar.

Incluso la simbología de Iñárritu juega con esta suciedad. Cada noche, cuando se acuesta, Uxbal ve polillas negras en el techo de su habitación, y no puede apartar la mirada. A medida que avanza la película, a medida que avanza su enfermedad, el número de polillas aumenta hasta ocupar casi todo el espacio del techo.

A pesar del resto de virtudes de la película, la mayor es, sin duda, Javier Bardem. En la última década Bardem se ha consolidado, si no como el mejor, como uno de los mejores actores españoles actuales gracias a sus inolvidables papeles en Mar adentro y No es país para viejos. A Sampedro y Chigurh se une ahora su Uxbal, en una de las interpretaciones más humanas e intensas que he visto últimamente. Sin él, Biutiful se desmoronaría, pero es también él quien la hace grande. Me duele que no lo hayan nominado al Globo de Oro, sobre todo teniendo en cuenta el bajo nivel cinematográfico de este año.


El resto del reparto es irregular. En la parte baja de la escala está Maricel Álvarez, que interpreta a la ex de Uxbal y madre de sus hijos, y que no ha sido totalmente capaz de dar forma a una personalidad creíble. Eduard Fernández, que es, creo, mi actor español favorito, interpreta a su nivel habitual al hermano de Uxbal, aunque su esfuerzo está lastrado por su corta aparición y por el excesivo volumen de la música que acompaña a varias de sus escenas, cosa que dificulta mucho escucharlo. También aparece Rubén Ochandiano, que hace lo que puede por salvar un intento fallido de Iñárritu de captar el habla coloquial castellana; aun así, sus diálogos incluyen alguna frase memorable.

Los actores que interpretan a los niños, a la pareja senegalesa y a los dos hombres chinos son bastante sólidos, en especial los dos últimos. A su vez, cada una de las dos parejas de inmigrantes protagoniza una pequeña subtrama; si bien en el caso de los senegaleses la historia está bien hilada con la principal, la de los chinos se siente algo externa. Aun así, sirve para intensificar la emocionalidad de algunos elementos de la trama de Uxbal, y el metraje que ocupa no es suficiente como para llegar a hacerse molesta.

Biutiful supone la independización de Iñárritu en labores de guión y, si bien tiene algunos defectos y excesos, estos no superan por mucho a los que se pueden encontrar en Babel o Amores perros. Unidas, las capacidades expresivas de Iñárritu y Bardem consiguen crear una película intensa, densa y lenta, algo que se supone una representación preciosa -a pesar de su fealdad inevitable- de la muerte.