sábado, 28 de abril de 2012

Los Vengadores

Título original: The Avengers.
Dirección: Joss Whedon.
Guión: Joss Whedon, Zak Penn.
Reparto: Robert Downey Jr., Chris Evans, Mark Ruffalo, Chris Hemsworth, Scarlett Johansson, Samuel L. Jackson, Tom Hiddleston, Jeremy Renner, Clark Gregg, Stellan Skarsgard, Cobie Smulders, Gwyneth Paltrow.


A pesar de lo mucho que disfruto de las películas de superhéroes, en general me parecen malas. Me divierten más que casi cualquier otro tipo de película, pero considero que la mayoría son follones desestructurados sin ambiciones de seriedad que mezclan sin mucho acierto explosiones, tramas amorosas estereotipadas y mal llevadas y fantasmadas de índole poco diversa. De todas formas, lo cierto es que tampoco se les pide mucho más; son uno de los ejemplos más puros del cine cumpliendo su función primigenia de entretenimiento ingenuo. Sin embargo, después de las Batman de Christopher Nolan y de varias películas no relacionadas que trascienden sus géneros y crean algo nuevo sin perder su espíritu (se me ocurren las últimas películas de Pixar, que sin dejar de ser para críos consiguen atraer al público adulto gracias a no mucho más que guiones trabajados), a la parte de mí que se cree un crítico o un pseudoexperto le saben a poco los tíos tirando rayos láser por los ojos sin más. A pesar de ello, y partiendo de mi casi absoluto desconocimiento de los cómics, y en particular de los de la Marvel (Spiderman, Los 4 fantásticos, X-Men, Daredevil…), Los Vengadores me pareció una pasada.

El hecho de que el semidiós/alien Loki (Tom Hiddleston, que interpretó al mismo villano en la reciente Thor) quiera, obviamente, dominar el mundo de una forma que ya no recuerdo a pesar de haber visto la película ayer importa poco o nada. En este tipo de películas la trama es una excusa, poco más que un armazón, y Los Vengadores es perfectamente consciente de ello y de que lo importante es quién compone el grupo de héroes  reunido para combatir al malo de turno, y centra sus esfuerzos en eso más que en intentar dotar a la película de ínfulas de trascendencia –lo cual, en último término, es lo que la hace grande. En fin, volvamos a los protagonistas. Tenemos, claro, al propio Thor (Chris Hemsworth), que se propone detener a su hermano y némesis. También están el Capitán América (Chris Evans), venido del pasado de modo ilógico, y un Bruce Banner/Hulk (Mark Ruffalo, tercer actor que lo interpreta en diez años y que, a pesar de mis reparos, lo encarna mucho mejor que Eric Bana y Edward Norton) en plena autoterapia de control de la agresividad. Y, por supuesto, Tony Stark/Iron Man (Robert Downey Jr.), estrella mediática, multimillonario, paradójico narcisista filántropo y rey del sarcasmo.


Completa el reparto una serie de actores de lujo. En primer lugar, por supuesto, está Scarlett Johansson haciendo de espía rusa; intuyo que su Natasha Romanoff inspirará no pocas suciedades en no pocos frikis. Que por cierto, qué haces reduciéndote el pecho, Scarlett, joder. Anyway. El omnipresente Samuel L. Jackson da vida (como en otras de la Marvel, pero yendo en este caso más allá del mero cameo) a Nick Fury, líder de SHIELD, agencia dotada de tecnología armamentística avanzadísima, y que tendrá en el futuro cercano su propia película, claro está. Jeremy Renner (que participó, por ejemplo, en En tierra hostil, que ganó varios Oscar hace un par de años) también repite, y su aumento de importancia y tipodurismo son muy bienvenidos. Otro que vuelve es el agente Coulson (Clark Gregg), mucho más desarrollado que en las de Iron Man y Thor. También están por ahí, pero sin aportar demasiado, Stellan Skarsgard (Thor, la nueva de Los hombres que no amaban a las mujeres, Melancolía) y Cobie Smulders (Robin en Cómo conocí a vuestra madre). Como curiosidad,  los actores de culto Harry Dean Stanton (París, Texas, Alien) y Powers Boothe (Deadwood, Sin City) realizan sendos cameos.

Los protagonistas y sus respectivas capacidades de comerse la pantalla consiguen encajar perfectamente, mérito, como casi todo, del guión de Joss Whedon (a quien yo conozco por la serie de ciencia-ficción Firefly, de corta vida, y la película que sirvió para cerrarla, Serenity, pero que se hizo célebre por Buffy) y su propia y lograda traslación como director. La clave del guión es su ligereza casi constante, el hecho de que los diálogos sean divertidísimos, sobre todo a partir del momento en que los cuatro héroes se unen (el primer segmento de la película es bastante inferior al resto), y del choque de personalidades en el que lidera, claro está, el Iron Man de Downey, que se come al resto inevitablemente a pesar de no tener muchos más minutos que ellos; en cualquier caso, todos tienen sus propios chistes de tono definido. Por ejemplo, los de Thor se centran en su seriedad y grandilocuencia, y los del Capitán América en lo desfasado que está. La interacción entre todos ellos, juntos y por separado, es una delicia, y uno se queda con ganas de ver más de todos ellos (en mi caso, especialmente de Thor; llama la atención su falta de importancia a pesar de que sea el más implicado con el villano). Todo esto va unido a una acción de ritmo sin fisuras, más allá de alguna pausa bien situada con la función de ensamblar a los personajes y de hacerlos evolucionar, dentro de lo que cabe, que no es mucho. Ni falta que hace, insisto.


Por otra parte, Loki es un antagonista que no me motiva en absoluto, pero Whedon juega muy bien con su forma de manipular a los protagonistas (mindfucking, que dicen los americanos), lo relega hábilmente a un segundo plano, lo usa fundamentalmente como catalizador casi pasivo de la acción y se burla de su arquetípica ansia de superioridad. Igual que se burla, con algo que casi podríamos llamar atrevimiento, de la mentalidad derechista y religiosa del Capitán América; aun así, me pareció captar un diálogo con cierto tufo político que me chirrió bastante, cuando otro personaje dice al Capitán algo así como que con todo lo que está pasando a la gente le hace falta “algo pasado de moda”. No sé si Whedon lo atribuye al personaje o da su propia opinión, ni si son imaginaciones mías o lo exagero, pero en cualquier caso no tiene mayor relevancia.

De una ligereza bienvenida pero bien conjugada con los toques emotivos de rigor, Los Vengadores es, junto con los Batman de Nolan y quizá alguna otra en que no caigo, una de las pocas películas de superhéroes que me atrevo a calificar de ‘muy buenas’, pero de un modo bastante menos serio que las del murciélago, más ligero, más de cómic, de entretenimiento autoconsciente. Perdono el apresuramiento de los directivos o de quien fuera por estrenar el año pasado Thor y Capitán América (la segunda también me gustó bastante, por cierto) con tan poco margen temporal por su función básica de servir de avanzadilla a estos Vengadores que conforman no sólo la mejor película de la Marvel que se ha hecho hasta ahora, sino también uno de los mejores ratos que recuerdo haber pasado en una sala de cine. Debido a la escena insertada después de los créditos, siguiendo la tradición de las adaptaciones de la Marvel, prevemos que habrá Los Vengadores 2. Que así sea, y que la escriba Joss Whedon, por Dios.


viernes, 3 de febrero de 2012

Los descendientes

Título original: The Descendants.
Dirección: Alexander Payne.
Guión: Alexander Payne, Nat Faxon, Jim Rash (basado en la novela de Kaui Hart Hemmings).
Reparto: George Clooney, Shailene Woodley, Amara Miller, Nick Krause, Robert Forster, Judy Greer, Matthew Lillard, Mary Birdsong, Rob Huebel, Beau Bridges, Matt Corboy.


Con el paso de los años cada vez me tomo menos en serio los Oscar -probablemente lo de Slumdog Millonaire fue el punto de ruptura; en cambio, los Globos de Oro siguen manteniendo para mí una cierta credibilidad. En la edición de este año respiré aliviado cuando dieron el premio a mejor comedia o musical a The Artist, ese precioso homenaje y a la vez reinvención del cine mudo que, sin ser una maravilla, es claramente lo mejor del año, seguida de cerca por Un dios salvaje, aunque ésta pierde mérito por el hecho de ser una adaptación pura de una obra de teatro. Así, fiándome del criterio del jurado, me propuse ver Los descendientes, de la que no había oído hablar hasta el momento, cuando supe que había recibido el Globo al mejor drama. Del director Alexander Payne había visto, además, Entre copas y A propósito de Schmidt, grandes películas ambas, y George Clooney siempre me ha parecido un buen actor, más allá de su carisma. Sin embargo, aun sin llegar a decepcionarme, Los descendientes no llegó a darme tanto como esperaba.

El abogado Matt King (George Clooney) heredero y administrador de un enorme territorio virgen en una de las islas de Hawai. Debido a una reciente ley, él y sus primos se ven obligados a decidir a quién venderán las tierras. En pleno barullo legal, la mujer de Matt tiene un accidente de lancha y entra en coma. Así, Matt se ve obligado a ocuparse de sus dos rebeldes hijas de diez y diecisiete años y, a la vez, de poner en orden sus asuntos dada la elevada probabilidad de que su mujer no despierte.




Al fin y al cabo, Los descendientes no deja de ser una más de la interminable serie de películas independientes que giran en torno a la familia y que mezclan drama duro y comedia; se me ocurren Pequeña Miss Sunshine, Juno y la reciente Win Win, que comparten, a pesar de su tono progre, un cierto tufo conservador bastante curioso. Nada muy molesto, teniendo en cuenta la importancia objetiva de la familia y tal, aunque sí algo pesado a estas alturas. En este caso, el mensaje básico que me ha llegado es que, más que la pareja, que se agota, lo importante en la vida son los hijos, el legado.

Para llegar a eso, la película se basa en su recurso más interesante y, a la vez, más propio de Payne (era también una de las claves de A propósito de Schmidt): la ambivalencia afectiva del protagonista en relación a su mujer. A medida que investiga sobre su vida, Matt se da cuenta de que sus problemas de pareja no se limitan a un distanciamiento causado por su exigente empleo, y sus emociones y reacciones hacia las cosas que descubre son lo que proporciona la mayoría de toques humorísticos (aunque también es importante en este sentido el personaje de Sid, amigo de la hija mayor) y, además, lo que permite que Clooney se luzca.

Sin desdeñar la importancia de las hijas, en particular la mayor (muy buen trabajo de la desconocida Shailene Woodley; memorable la escena de la piscina), y alguno de los secundarios (Robert Forster está genial en el papel de suegro cabrón), el peso interpretativo recae fundamentalmente sobre el protagonista, quien plasma perfectamente la mezcla entre resignación, agotamiento, ira contenida (o no tanto), dolor y deseo de hacer lo correcto de su Matt King. Sin embargo, y aun siendo la base de Los descendientes, la complejidad del personaje y de la interpretación no me parece realmente digna de un premio del calado de los Oscar o los Globos de Oro (aunque son lógicos teniendo en cuenta el amor empalagoso que siente Hollywood por Clooney), y palidece, por ejemplo, en comparación al Schmidt de Jack Nicholson.


En ese sentido, las dos otras películas que he visto de Alexander Payne me parecen bastante superiores. Entre copas tiene un tono y un objetivo distintos, pero A propósito de Schmidt comparte, como he dicho, la ambivalencia del protagonista respecto a la desaparición de la figura de la esposa (algo me dice que el director tiene un historial amoroso jodido), y en mi opinión la trata con la misma habilidad, pero tiene un mayor interés debido a que los sentimientos del espectador con respecto a Schmidt son también ambiguos; se busca la compasión incondicional por el protagonista de Los descendientes. O eso, o que Clooney no es el adecuado para interpretar a un pringado entre patético y adorable, porque el patetismo es muy puntual.

Además, en comparación con las películas mencionadas, la estructura de Los descendientes es típica y previsible, nuevamente, dentro de los cánones del cine independiente de los últimos años. Junto a la elección de Clooney, es uno de los elementos brutalmente comerciales que me hacen intuir que el objetivo de Payne o de sus productores era ganar premios y, ya de paso, conseguir una buena recaudación en taquilla. Lo cual no está mal para cierto tipo de cine, pero no es lo que yo esperaría de un director experimental y original como éste.

En resumen, Los descendientes es una buena película que mezcla con relativo acierto el drama y la comedia aunque se decanta mucho más por lo primero, y que florece más que en ningún otro momento cuando confluyen sentimientos enfrentados en sus protagonistas. Sin embargo, tengo la convicción de que sin Clooney no se le habría dado ni de lejos tanto bombo, y no porque haga un papelón, sino porque ha servido como toque de atención respecto a la película y ha facilitado mucho las simpatías de la crítica con respecto a una película que no deja de ser típico cine indie sobre la familia con un presupuesto algo mayor de lo habitual. Nos vemos en los Oscar.