Dirección: Alejandro González Iñárritu.
Guión: Alejandro González Iñárritu, Armando Bo, Nicolás Giacobone.
Reparto: Javier Bardem, Maricel Álvarez, Hanaa Mouchaib, Guillermo Estrella, Eduard Fernández, Rubén Ochandiano, Ana Wagener, Diaryatou Daff, Taisheng Cheng, Luo Jin.
Hay pocos directores actuales que se hayan ganado tanto a los críticos profesionales como el mexicano Alejandro González Iñárritu. Sus tres primeras películas, Amores perros, 21 gramos y Babel, son tres de los mejores ejemplos del cine de vidas cruzadas, y también tres de las películas más sensibles de los últimos diez años. Sin embargo, gran parte del valor de esta filmografía no radica en Iñárritu sino en su guionista, Guillermo Arriaga. Me asustó enterarme de que la díada se había separado y, después de la ópera prima de Arriaga en solitario, Lejos de la tierra quemada, buena pero relativamente fría y falta de imaginación, temí que ninguno de los dos valdría realmente la pena sin el otro. El miedo se incrementó aún más con las primeras críticas de la nueva película de Iñárritu, Biutiful. Pero, después de verla, respiro más tranquilo.
Uxbal (Javier Bardem) vive en la zona franca de Barcelona y saca adelante a sus dos hijos como puede: actuando como intermediario entre inmigrantes chinos y senegaleses en la venta de accesorios falsificados y películas pirata y contactando, por un precio, con los espíritus de algunos muertos recientes. Cuando descubre que tiene cáncer y le quedan pocos meses de vida intenta poner en orden el futuro de sus hijos y aceptar el suyo.
Lo primero que llama la atención de Biutiful es, obviamente, su aspecto sobrenatural, ausente hasta ahora en la filmografía de Iñárritu; lo más cercano había sido una espiritualidad muy levemente insinuada, como las referencias al peso del alma que dan título a 21 gramos. A pesar de lo trascendente que pueda parecer este componente, lo cierto es que lo sobrenatural en Biutiful es poco más que otro recurso emotivo que el director utiliza hábilmente o, en todo caso, un modo de incrementar la conciencia del protagonista sobre su propia muerte. Esta "secundariedad" de la vida después de la muerte recuerda a la literatura latinoamericana -Rulfo, García Márquez- más que al punto de vista de la sociedad, y por tanto del cine, europeo y norteamericano a los que estamos más acostumbrados.
La fusión entre sensibilidad social y existencial tan propia de Iñárritu vuelve a estar presente. La sensibilidad existencial -o vital, o como sea que se la pueda denominar- no se limita, y ni siquiera se centra, en la muerte inminente del protagonista, sino que se da incluso más importancia a la relación con los hijos y con el resto de personas con quien interactúa, como los inmigrantes que trabajan con él. Así, la sensibilidad social a la que me refería está estrechamente ligada al otro tipo, y el impacto que produce en el espectador es acrecentado por la ambientación, la puesta en escena y la fotografía.
La Barcelona de Biutiful es muy poco beautiful, y de hecho ahora se me ocurre que ese título fonético puede ser un juego de palabras sobre la falsa imagen de la ciudad. Es algo así como la antítesis de la Barcelona que presentaba Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona, limpia, colorida, moderna, fashion, y en sus pretensiones Iñárritu se excede tanto como Allen. Tan poco realistas parecen las Ramblas vacías en las que paseaba Bardem con Pe como éstas en las que presencia una carga policial casi militar. Aun así, como conjunto, Biutiful consigue un grado elevado de realismo, una Barcelona (que no deja de ser un ejemplo de casi cualquier otra ciudad cosmopolita) a la que muchos estamos acostumbrados y otros prefieren ignorar.
Incluso la simbología de Iñárritu juega con esta suciedad. Cada noche, cuando se acuesta, Uxbal ve polillas negras en el techo de su habitación, y no puede apartar la mirada. A medida que avanza la película, a medida que avanza su enfermedad, el número de polillas aumenta hasta ocupar casi todo el espacio del techo.
A pesar del resto de virtudes de la película, la mayor es, sin duda, Javier Bardem. En la última década Bardem se ha consolidado, si no como el mejor, como uno de los mejores actores españoles actuales gracias a sus inolvidables papeles en Mar adentro y No es país para viejos. A Sampedro y Chigurh se une ahora su Uxbal, en una de las interpretaciones más humanas e intensas que he visto últimamente. Sin él, Biutiful se desmoronaría, pero es también él quien la hace grande. Me duele que no lo hayan nominado al Globo de Oro, sobre todo teniendo en cuenta el bajo nivel cinematográfico de este año.
El resto del reparto es irregular. En la parte baja de la escala está Maricel Álvarez, que interpreta a la ex de Uxbal y madre de sus hijos, y que no ha sido totalmente capaz de dar forma a una personalidad creíble. Eduard Fernández, que es, creo, mi actor español favorito, interpreta a su nivel habitual al hermano de Uxbal, aunque su esfuerzo está lastrado por su corta aparición y por el excesivo volumen de la música que acompaña a varias de sus escenas, cosa que dificulta mucho escucharlo. También aparece Rubén Ochandiano, que hace lo que puede por salvar un intento fallido de Iñárritu de captar el habla coloquial castellana; aun así, sus diálogos incluyen alguna frase memorable.
Los actores que interpretan a los niños, a la pareja senegalesa y a los dos hombres chinos son bastante sólidos, en especial los dos últimos. A su vez, cada una de las dos parejas de inmigrantes protagoniza una pequeña subtrama; si bien en el caso de los senegaleses la historia está bien hilada con la principal, la de los chinos se siente algo externa. Aun así, sirve para intensificar la emocionalidad de algunos elementos de la trama de Uxbal, y el metraje que ocupa no es suficiente como para llegar a hacerse molesta.
Biutiful supone la independización de Iñárritu en labores de guión y, si bien tiene algunos defectos y excesos, estos no superan por mucho a los que se pueden encontrar en Babel o Amores perros. Unidas, las capacidades expresivas de Iñárritu y Bardem consiguen crear una película intensa, densa y lenta, algo que se supone una representación preciosa -a pesar de su fealdad inevitable- de la muerte.
Reparto: Javier Bardem, Maricel Álvarez, Hanaa Mouchaib, Guillermo Estrella, Eduard Fernández, Rubén Ochandiano, Ana Wagener, Diaryatou Daff, Taisheng Cheng, Luo Jin.
Hay pocos directores actuales que se hayan ganado tanto a los críticos profesionales como el mexicano Alejandro González Iñárritu. Sus tres primeras películas, Amores perros, 21 gramos y Babel, son tres de los mejores ejemplos del cine de vidas cruzadas, y también tres de las películas más sensibles de los últimos diez años. Sin embargo, gran parte del valor de esta filmografía no radica en Iñárritu sino en su guionista, Guillermo Arriaga. Me asustó enterarme de que la díada se había separado y, después de la ópera prima de Arriaga en solitario, Lejos de la tierra quemada, buena pero relativamente fría y falta de imaginación, temí que ninguno de los dos valdría realmente la pena sin el otro. El miedo se incrementó aún más con las primeras críticas de la nueva película de Iñárritu, Biutiful. Pero, después de verla, respiro más tranquilo.
Uxbal (Javier Bardem) vive en la zona franca de Barcelona y saca adelante a sus dos hijos como puede: actuando como intermediario entre inmigrantes chinos y senegaleses en la venta de accesorios falsificados y películas pirata y contactando, por un precio, con los espíritus de algunos muertos recientes. Cuando descubre que tiene cáncer y le quedan pocos meses de vida intenta poner en orden el futuro de sus hijos y aceptar el suyo.
Lo primero que llama la atención de Biutiful es, obviamente, su aspecto sobrenatural, ausente hasta ahora en la filmografía de Iñárritu; lo más cercano había sido una espiritualidad muy levemente insinuada, como las referencias al peso del alma que dan título a 21 gramos. A pesar de lo trascendente que pueda parecer este componente, lo cierto es que lo sobrenatural en Biutiful es poco más que otro recurso emotivo que el director utiliza hábilmente o, en todo caso, un modo de incrementar la conciencia del protagonista sobre su propia muerte. Esta "secundariedad" de la vida después de la muerte recuerda a la literatura latinoamericana -Rulfo, García Márquez- más que al punto de vista de la sociedad, y por tanto del cine, europeo y norteamericano a los que estamos más acostumbrados.
La fusión entre sensibilidad social y existencial tan propia de Iñárritu vuelve a estar presente. La sensibilidad existencial -o vital, o como sea que se la pueda denominar- no se limita, y ni siquiera se centra, en la muerte inminente del protagonista, sino que se da incluso más importancia a la relación con los hijos y con el resto de personas con quien interactúa, como los inmigrantes que trabajan con él. Así, la sensibilidad social a la que me refería está estrechamente ligada al otro tipo, y el impacto que produce en el espectador es acrecentado por la ambientación, la puesta en escena y la fotografía.
La Barcelona de Biutiful es muy poco beautiful, y de hecho ahora se me ocurre que ese título fonético puede ser un juego de palabras sobre la falsa imagen de la ciudad. Es algo así como la antítesis de la Barcelona que presentaba Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona, limpia, colorida, moderna, fashion, y en sus pretensiones Iñárritu se excede tanto como Allen. Tan poco realistas parecen las Ramblas vacías en las que paseaba Bardem con Pe como éstas en las que presencia una carga policial casi militar. Aun así, como conjunto, Biutiful consigue un grado elevado de realismo, una Barcelona (que no deja de ser un ejemplo de casi cualquier otra ciudad cosmopolita) a la que muchos estamos acostumbrados y otros prefieren ignorar.
Incluso la simbología de Iñárritu juega con esta suciedad. Cada noche, cuando se acuesta, Uxbal ve polillas negras en el techo de su habitación, y no puede apartar la mirada. A medida que avanza la película, a medida que avanza su enfermedad, el número de polillas aumenta hasta ocupar casi todo el espacio del techo.
A pesar del resto de virtudes de la película, la mayor es, sin duda, Javier Bardem. En la última década Bardem se ha consolidado, si no como el mejor, como uno de los mejores actores españoles actuales gracias a sus inolvidables papeles en Mar adentro y No es país para viejos. A Sampedro y Chigurh se une ahora su Uxbal, en una de las interpretaciones más humanas e intensas que he visto últimamente. Sin él, Biutiful se desmoronaría, pero es también él quien la hace grande. Me duele que no lo hayan nominado al Globo de Oro, sobre todo teniendo en cuenta el bajo nivel cinematográfico de este año.
El resto del reparto es irregular. En la parte baja de la escala está Maricel Álvarez, que interpreta a la ex de Uxbal y madre de sus hijos, y que no ha sido totalmente capaz de dar forma a una personalidad creíble. Eduard Fernández, que es, creo, mi actor español favorito, interpreta a su nivel habitual al hermano de Uxbal, aunque su esfuerzo está lastrado por su corta aparición y por el excesivo volumen de la música que acompaña a varias de sus escenas, cosa que dificulta mucho escucharlo. También aparece Rubén Ochandiano, que hace lo que puede por salvar un intento fallido de Iñárritu de captar el habla coloquial castellana; aun así, sus diálogos incluyen alguna frase memorable.
Los actores que interpretan a los niños, a la pareja senegalesa y a los dos hombres chinos son bastante sólidos, en especial los dos últimos. A su vez, cada una de las dos parejas de inmigrantes protagoniza una pequeña subtrama; si bien en el caso de los senegaleses la historia está bien hilada con la principal, la de los chinos se siente algo externa. Aun así, sirve para intensificar la emocionalidad de algunos elementos de la trama de Uxbal, y el metraje que ocupa no es suficiente como para llegar a hacerse molesta.
Biutiful supone la independización de Iñárritu en labores de guión y, si bien tiene algunos defectos y excesos, estos no superan por mucho a los que se pueden encontrar en Babel o Amores perros. Unidas, las capacidades expresivas de Iñárritu y Bardem consiguen crear una película intensa, densa y lenta, algo que se supone una representación preciosa -a pesar de su fealdad inevitable- de la muerte.
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