viernes, 12 de octubre de 2007

El fin de la inocencia

Título original: Twelve and Holding.
Dirección: Michael Cuesta.
Guión: Anthony S. Cipriano.
Reparto: Conor Donovan, Zoe Weizenbaum, Jesse Camacho, Jeremy Renner, Michael Fuchs, Anabella Sciorra, Jayne Atkinson, Linus Roache, Marcia DeBonis, Tom McGowan.


Unos matones amenazan con destruir la casa del árbol de cuatro amigos preadolescentes: los gemelos Rudy y Jacob, uno valiente y el otro débil, el obeso Leonard y Malee, madura e inteligente. Rudy y Leonard entran allí para protegerla, pero se quedan dormidos; inconscientes de su presencia, los dos gamberros incendian la construcción con sendos cócteles Molotov. Mientras baja tan deprisa como puede, Leonard cae y se golpea la cabeza. Rudy, en cambio, queda atrapado dentro. A raíz de este suceso, Leonard pierde los sentidos del gusto y el olfato y, liberado de la atracción por la comida, decide hacerse deportista; Malee, yendo del funeral a la consulta psiquiátrica de su madre, conoce a Gus, un obrero del que se enamora; Jacob, en busca de venganza por la benevolente condena impuesta a los accidentales asesinos, decide atormentarlos y matarlos.

Muy a menudo vemos películas que buscan conmover al espectador a través de sucesos trágicos, pero la mayoría son simples pastelazos. Sólo unas pocas elegidas, entre las que se encuentran, por ejemplo, las conformantes de la (hasta ahora, y espero que así quede porque ya se repite el hombre) trilogía de Iñárritu (Amores perros - 21 gramos - Babel), consiguen provocar la catarsis en el espectador. Twelve and Holding forma parte de este segundo grupo.


El fin de la inocencia tiene un inicio brutal, el que más ha impactado a un servidor en los últimos años, seguido de cerca por el linchamiento de Crónicas. Muy pocas veces se le crea a uno un nudo en el estómago cuando sólo hace diez minutos que conoce a un personaje. Pero no se queda ahí la cosa, porque durante todo el metraje Cuesta y, por supuesto, el guionista, Cipriano, consiguen provocar en el espectador todo tipo de sentimientos. A esto contribuyen también los tres niños actores protagonistas, maravillosos, que se comen a los actores adultos, entre los que se encuentra alguna que otra cara conocida, como la de Anabella Sciorra (El funeral, La mano que mece la cuna).

Las tres historias son muy buenas, si bien en bastantes momentos previsibles. En la de Leonard, se usa el rechazo que le profesan sus padres a raíz de su nuevo punto de vista alimenticio para ejemplificar el aislamiento de los que son diferentes del resto de miembros de su familia; la de Malee habla de la búsqueda de afecto, del amor prohibido llevado a la obsesión y no tomado nunca en serio.


Pero, sin duda, la más dolorosa de las tres partes es la de Jacob, el protagonista absoluto, marcado desde la infancia -física y mentalmente- por una señal de nacimiento en la cara, que cubre con una máscara de Jason para ocultar su verdadero ser y así sentirse más fuerte. El espectador siente con el personaje la ira, el odio, la impotencia y, finalmente, la comprensión, para pasar a sentirse decepcionado por él, por su caída ante el orgullo, la moral y el odioso deseo de agradar a los padres haciendo lo correcto.

La mejor baza de Twelve and Holding es la identificación del espectador con los protagonistas, en la edad más difícil de la vida. Porque, ¿quién no se ha sentido aislado de su familia, quién no se ha debatido entre la presión social y los sentimientos propios o, por lo menos, quién no ha sido despreciado por ser demasiado joven? Sin duda, una de las mejores películas del año, que, obviamente, pasó totalmente desapercibida en taquilla.


Valoración: 8,5/10

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