Guión: Jan Svankmajer (cuento de Karel Jaromír Erben).
Reparto: Jan Hartl, Veronika Zilková, Kristina Adamcová, Jaroslava Kretschmerová, Pavel Nový, Dagmar Stríbrná, Zdenek Kozák.
Cuando me salgo del mainstream -cosa que hago a menudo, aunque no se refleje en mi producción de críticas- encuentro joyas en una proporción mucho mayor a lo habitual. A Svankmajer, checo, le colgué hace tiempo, un año ya tal vez (Dios, puto tiempo), la etiqueta de "Tengo que ver más cosas de"; en su caso, fue debido a una de las películas más particulares que he visto en mi vida: Alice, versión realizada mediante animación en stop-motion, perturbadora, antiinfantil, agónica, de la maravillosa y famosísima Alicia de Carroll. Poco después me introduje en sus cortometrajes, que me gustaron tanto o más. Sin embargo, hasta la semana pasada no volví a ver nada de él. En esta ocasión fue Los conspiradores del placer, grotesco y divertidísimo método de igualar a los seres humanos a través del fetiche secreto, de la perversión inofensiva. Anoche vi otra más: Pequeño Otik. Me crujo el cuello y los nudillos y procedo.
Un cuento tradicional checoslovaco cuenta que una pareja de campesinos no podía tener hijos. Rezaron y rezaron a Dios para que les concediera el don, tan deseado, tan inalcanzable. Un día, el marido desenterró una raíz con una forma extrañamente similar a la de un bebé, que cobró vida mágicamente. Sin embargo, su felicidad se ve truncada: el apetito del bebé-raíz, Otesánek, es insaciable, y no tarda en devorar a sus padres, tras lo cual abandona la casa y empieza a alimentarse de todos los seres vivos, animales, plantas y humanos, que encuentra en su camino...
La película de Svankmajer es una versión actualizada y, por supuesto, personal del cuento. Una mujer, Bozena, está deprimida porque tanto ella como su marido son infértiles. En una salida a su casa en el bosque, el hombre, Karel, encuentra una raíz andromorfa y, sin motivo aparente -tal vez como broma sin gracia-, la talla, perfeccionando su sensación de humanidad, y la muestra a su esposa. Ésta queda convencida en cuanto la ve de que es verdaderamente un bebé, a pesar de todo lo que le dice Karel, y pretende llevarlo a casa. El hombre consigue convencerla de que lo deje allí, diciéndole que irán a visitarlo todos los fines de semana. Sin embargo, al volver al edificio donde residen, Bozena informa a sus vecinos de que está embarazada; nueve meses después, y sin poder haber hecho nada para evitarlo, Karel observa asombrado cómo su mujer amamanta al bebé de madera... y cómo éste succiona por voluntad propia. Poco tarda en quedarse con hambre después de tomarse la leche.
Pequeño Otik es algo así como un cuento de hadas surrealista macabro en clave de comedia, una obra casi tan bizarra como Alice y Los conspiradores del placer, característica potenciada por el trabajo de Svankmajer en la dirección, que deshumaniza a los personajes humanos, no sólo en lo psíquico (véase a esa niña que incluye sin vacilación a sus padres en el sorteo para decidir quién servirá de alimento al nenito) sino, por la inacción o por la antinaturalidad de sus gestos, también en lo físico, mientras que potencia la vitalidad de los objetos (algo obvio aquí en el personaje del bebé-raíz, animado, como en Alice y los cortos, mediante stop-motion). Es éste un rasgo compartido por el resto su filmografía, como demuestra por ejemplo el hecho de que trabaje tanto con muñecos y títeres. Junto al, por así decirlo, traspaso de la vida des lo animado a lo inerte, señalaría como rasgos fundamentales de su obra -aunque en realidad todos están muy estrechamente relacionados- la conversión de lo infantil en macabro y la exposición de los bajos instintos.
Así como en Los conspiradores del placer Svankmajer destapaba las perversiones sexuales de diversos personajes (uno se vestía de gallo y asesinaba a una muñeca, otro construía una máquina para que lo acariciara mientras observaba a la presentadora de las noticias, la propia presentadora metía los pies en un barreño con agua y truchas, que le chupaban los dedos), aquí -si bien la perversión sexual también queda reflejada a través del viejo pedófilo- el pecado potenciado es la gula, ese hambre insaciable del pequeño Otik, también representado en la obsesión del director por rodar a sus personajes mientras comen. Asimismo, durante estos frecuentes planos, dota a los alimentos de una sexualización repulsiva. La gula, supongo, tanto en el cuento como en la película se usa como símbolo de la avaricia, de ese ansia por agarrar las nubes que tienen los padres estériles, aunque aquí el mensaje queda más difuminado, expandido al hambre como representación de la bestialidad del hombre. Y es que eso Svankmajer y sus personajes muertos, viciosos y sobre todo hambrientos, siempre hambrientos, saben mostrarlo mejor que nadie.
Valoración: 8/10.
Reparto: Jan Hartl, Veronika Zilková, Kristina Adamcová, Jaroslava Kretschmerová, Pavel Nový, Dagmar Stríbrná, Zdenek Kozák.
Cuando me salgo del mainstream -cosa que hago a menudo, aunque no se refleje en mi producción de críticas- encuentro joyas en una proporción mucho mayor a lo habitual. A Svankmajer, checo, le colgué hace tiempo, un año ya tal vez (Dios, puto tiempo), la etiqueta de "Tengo que ver más cosas de"; en su caso, fue debido a una de las películas más particulares que he visto en mi vida: Alice, versión realizada mediante animación en stop-motion, perturbadora, antiinfantil, agónica, de la maravillosa y famosísima Alicia de Carroll. Poco después me introduje en sus cortometrajes, que me gustaron tanto o más. Sin embargo, hasta la semana pasada no volví a ver nada de él. En esta ocasión fue Los conspiradores del placer, grotesco y divertidísimo método de igualar a los seres humanos a través del fetiche secreto, de la perversión inofensiva. Anoche vi otra más: Pequeño Otik. Me crujo el cuello y los nudillos y procedo.
Un cuento tradicional checoslovaco cuenta que una pareja de campesinos no podía tener hijos. Rezaron y rezaron a Dios para que les concediera el don, tan deseado, tan inalcanzable. Un día, el marido desenterró una raíz con una forma extrañamente similar a la de un bebé, que cobró vida mágicamente. Sin embargo, su felicidad se ve truncada: el apetito del bebé-raíz, Otesánek, es insaciable, y no tarda en devorar a sus padres, tras lo cual abandona la casa y empieza a alimentarse de todos los seres vivos, animales, plantas y humanos, que encuentra en su camino...
La película de Svankmajer es una versión actualizada y, por supuesto, personal del cuento. Una mujer, Bozena, está deprimida porque tanto ella como su marido son infértiles. En una salida a su casa en el bosque, el hombre, Karel, encuentra una raíz andromorfa y, sin motivo aparente -tal vez como broma sin gracia-, la talla, perfeccionando su sensación de humanidad, y la muestra a su esposa. Ésta queda convencida en cuanto la ve de que es verdaderamente un bebé, a pesar de todo lo que le dice Karel, y pretende llevarlo a casa. El hombre consigue convencerla de que lo deje allí, diciéndole que irán a visitarlo todos los fines de semana. Sin embargo, al volver al edificio donde residen, Bozena informa a sus vecinos de que está embarazada; nueve meses después, y sin poder haber hecho nada para evitarlo, Karel observa asombrado cómo su mujer amamanta al bebé de madera... y cómo éste succiona por voluntad propia. Poco tarda en quedarse con hambre después de tomarse la leche.
Pequeño Otik es algo así como un cuento de hadas surrealista macabro en clave de comedia, una obra casi tan bizarra como Alice y Los conspiradores del placer, característica potenciada por el trabajo de Svankmajer en la dirección, que deshumaniza a los personajes humanos, no sólo en lo psíquico (véase a esa niña que incluye sin vacilación a sus padres en el sorteo para decidir quién servirá de alimento al nenito) sino, por la inacción o por la antinaturalidad de sus gestos, también en lo físico, mientras que potencia la vitalidad de los objetos (algo obvio aquí en el personaje del bebé-raíz, animado, como en Alice y los cortos, mediante stop-motion). Es éste un rasgo compartido por el resto su filmografía, como demuestra por ejemplo el hecho de que trabaje tanto con muñecos y títeres. Junto al, por así decirlo, traspaso de la vida des lo animado a lo inerte, señalaría como rasgos fundamentales de su obra -aunque en realidad todos están muy estrechamente relacionados- la conversión de lo infantil en macabro y la exposición de los bajos instintos.
Así como en Los conspiradores del placer Svankmajer destapaba las perversiones sexuales de diversos personajes (uno se vestía de gallo y asesinaba a una muñeca, otro construía una máquina para que lo acariciara mientras observaba a la presentadora de las noticias, la propia presentadora metía los pies en un barreño con agua y truchas, que le chupaban los dedos), aquí -si bien la perversión sexual también queda reflejada a través del viejo pedófilo- el pecado potenciado es la gula, ese hambre insaciable del pequeño Otik, también representado en la obsesión del director por rodar a sus personajes mientras comen. Asimismo, durante estos frecuentes planos, dota a los alimentos de una sexualización repulsiva. La gula, supongo, tanto en el cuento como en la película se usa como símbolo de la avaricia, de ese ansia por agarrar las nubes que tienen los padres estériles, aunque aquí el mensaje queda más difuminado, expandido al hambre como representación de la bestialidad del hombre. Y es que eso Svankmajer y sus personajes muertos, viciosos y sobre todo hambrientos, siempre hambrientos, saben mostrarlo mejor que nadie.
Valoración: 8/10.
1 comentario:
Buena nota, estoy de acurdo con la mayor parte de los comentarios. Es curioso, pero no había notado esta tendencia del director por mostrar a sus personajes comiendo (si a hacer animaciones con carne), y sin embargo, en Sileni, tambien esta presente ese elemento.
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