Reparto: Christoph Waltz, Brad Pitt, Mélanie Laurent, Diane Kruger, Daniel Brühl, Michael Fassbender, Eli Roth, August Diehl, Til Schweiger, Jacky Ido.
Tarantino fue, hasta hace poco, mi director favorito, o al menos lo consideré así durante muchos años. Fue su cine, concretamente esa obra maestra pop que es Pulp Fiction, el motivo de que me conviertera en un cinéfilo (o cinéfago, no lo tengo muy claro). Sin embargo, con el tiempo he ido descubriendo otros directores y otros tipos de cine que me han hecho comprender mejor la razón de ser, las causas, la originalidad, el valor de la filmografía de Tarantino, pero que paradójicamente también han hecho que me llene menos, reemplazándolo en mi... iba a escribir "en mi corazón", pero en fin. Donde sea.
Lo peculiar del cine de Tarantino radica, creo, en que su personalidad, que por otra parte esta marcadísima, tiene mucho de ajena. Sin duda, la importancia del diálogo -en particular del intrascendente- y la estructuración episódica, rota, son dos de los pilares fundamentales de su obra, pero el tercero es el homenaje, la cultura cinéfila. Ejemplo: Reservoir Dogs, su opera prima, es un remake de un thriller asiático (City on Fire, de Ringo Lam); aun así, si la original es relativamente conocida es gracias a Tarantino. ¿Por qué? Porque Reservoir Dogs no sería nada sin el montaje temporal y sin las referencias a Like a Virgin, a los túneles de Charles Bronson o a la femineidad inherente al color rosa.
Pero, sinceramente, no tenía unas ganas especiales de ver Inglourious Basterds. Kill Bill me gusta mucho, pero tiene una especie de relajación, de falta de ganas de crear algo verdaderamente propio. Al fin y al cabo, no deja de ser un homenaje (divertidísimo, muy original y perfecto como tal, eso sí) al wuxia y al spaghetti western. Luego llegó Death Proof, su mitad del fallido experimento de revitalización del Grindhouse, a mi gusto bastante inferior a la inocente Planet Terror de Robert Rodriguez, dada la indiferencia de sus diálogos y su nefasta estructuración temporal, aunque sí es interesante en cuanto a, por así decirlo, autobiográfica. No sabía qué esperar de Inglourious Basterds (me niego, por principios y/o pedancia, a usar la traducción del título), aunque por inercia estaba bastante convencido de que sería otro homenaje, mejor o peor, en este caso al cine bélico. Pero, nuevamente, las críticas me pusieron los dientes largos. Y, en fin... sigan leyendo, si así lo desean.
1941. Hans Landa (Christoph Waltz), coronel de las SS especializado en rastrear judíos, visita una granja del sur de la Francia ocupada. Un escuadrón de asesinos de elite judíos, los Bastardos, liderado por el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) es enviado a Europa para masacrar nazis y arrancarles las cabelleras. 1944. Un héroe de guerra alemán (Daniel Brühl), en su intento por conquistar a la joven Shosanna (Mélanie Laurent), consigue que el estreno de la película sobre sus hazañas tenga lugar en el cine que ésta regenta. Los Bastardos se reúnen con el teniente cinéfilo Archie Hicox (Michael Fassbender) y la actriz y doble agente alemana Bridget Von Hammersmack (Diane Kruger) para planear un atentado durante la prémiere. Von Hammersmack tiene una noticia bomba (...lo siento...): el Führer asistirá a la proyección.
Iré por partes (nunca mejor dicho. Je. Je. Dios, dos chistes de mierda en cinco segundos. Cómo me odio.). El título de la parte 1, "Érase una vez... en la Francia ocupada por los nazis" es una referencia obvia a la Once upon a time in the West (aquí, Hasta que llegó su hora, traducción absolutamente literal, por supuesto) de Sergio Leone. Referencia que se confirma a los pocos segundos, cuando una versión morriconizada de Para Elisa envuelve las imágenes, que se nos van entregando a un ritmo de espera tensa leoniano (¿leonesco?), claramente inspirado en el inicio de la propia Once upon a time..., aunque en un espacio de tiempo mucho menor.
Esta primera parte / escena, que dura unos quince minutos, mantiene al espectador sumido en un estado de tensión constante, de un modo que me ha recordado al inicio de Pulp Fiction. Sin embargo, esta escena aventaja a aquella por dos cosas: primero, porque Tarantino ha pulido notablemente la calidad visual de su cine, tanto en lo estético como en la selección de planos (Inglourious Basterds es sin ningún tipo de duda su película mejor rodada; véase el delicioso plano de las pastas con nata. Mmmmm.), y segundo, porque en este caso el personaje que provoca incertidumbre en el espectador es el -por así decirlo- malo. Y qué malo.
Hans Landa, 'el Cazajudíos', interpretado por el austriaco Christoph Waltz, el mejor personaje de la película y, ya puestos, de la filmografía de Tarantino. Un detective nazi de modales educados y sonrisa siniestra, bebedor de leche y fumador de pipa, multilingüe (durante el metraje somos testigos del ágil manejo por parte de Waltz no sólo del alemán sino también del inglés, el francés y el italiano; me parece sorprendente y maravilloso que nuevamente, como ya pasó hace poco con la sobrevalorada Slumdog Millionaire, una película que requiere tantos subtítulos haya triunfado en la taquilla). Su presencia es en todo momento perturbadora, puesto que está en todo momento un paso por delante del resto de personajes y, en ocasiones, hasta del espectador, con lo cual sus acciones se tornan por momentos absolutamente imprevisibles. Un acierto, sin duda.
Pero Landa no es, ni por asomo, el único personaje carismático. En la segunda parte, "Inglourious Basterds" (sigo negándome...), se nos presenta al equipo de Raine, una panda de frikis genial, contrapunto cómico a la seriedad de la trama. El propio Raine, muy bien interpretado por Brad Pitt en una especie de mezcla de sus papeles de Snatch y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, es un gañán sureño (hay quejas generales sobre su pronunciación, pero yo, que soy gran fan del acento del sur de los Estados, considero que lo exagera tanto como requiere el papel) farlopero de ascendencia apache con una mentalidad incomprensible que oscila entre la astucia, el lerdismo y la crueldad más absoluta.
Luego están sus hombres, de entre los que destacan el sargento Donowitz (interpretado por Eli Roth, director de Hostel y colega de Tarantino), 'el Oso Judío', un tarado con los ojos inyectados en sangre famoso por machacar las cabezas de los nazis con un bate de béisbol, y Hugo Stiglitz (Til Schweiger), un alemán que mató a trece oficiales nazis mientras estuvo en su ejército. También anda por ahí el sargento Utivich, interpretado por B. J. Novak con la misma frialdad extrañamente hilarante que transfiere a su personaje en The Office. La mayoría de los Bastardos no están tan desarrollados como el espectador desearía. Esto es una característica común de los secundarios de la película: muchos personajes interesantes sólo quedan insinuados antes de dejar de salir, o únicamente aparecen un momento. Lo cual es hasta cierto punto una jodienda, pero también un indicador de la capacidad de Tarantino para crear personajes atractivos.
Es curioso que sea precisamente esta segunda parte, que da título a la película, la que esté menos conseguida de todas. Contiene escenas impresionantes, pero también elipsis temporales demasiado extensas que, si bien contribuyen a que la película no se haga excesivamente larga (y no se hace, a pesar de sus dos horazas y media), también dejan una sensación de incompleción, de desaprovechamiento. Se nota que lo primero que se le ocurrió a Tarantino del guión fueron los propios Bastardos, pero que a medida que la idea se le iba agrandando los supuestos protagonistas perdieron interés en relación al resto de personajes. En todo caso, si la película se hubiera basado en estos personajes, que es lo que yo pensaba antes de tener una idea más o menos concreta de la trama, habría perdido mucho valor y, entonces sí, se habría quedado en un simple homenaje a Doce del patíbulo o Los violentos de Kelly. Por suerte no es así, y los hombres de Raine se convierten en secundarios de lujo.
La tercera parte, "Noche alemana en París", es la más narrativa. La protagonista en este caso es Shosanna, interpretada con ira contenida por Mélanie Laurent, buena actriz hasta ahora bastante desconocida fuera de Francia (para quien quiera ver más de ella, recomiendo Je vais bien, ne t'en fais pas). No es el personaje más llamativo, pero sin duda es el más coherente y sobrio. También tiene un papel importante Daniel Brühl, actor catalán-alemán conocido por Good Bye, Lenin! y Salvador Puig Antich, cuya sonrisa cándida perpetua cobra en Inglourious Basterds una nueva relevancia gracias a la complejidad de su personaje. Es en esta parte, directamente relacionada con la primera -aunque no voy a decir cómo-, donde se producen más avances en la trama, puesto que las dos anteriores son principalmente presentaciones de personajes.
Después llega el turno de "Operación Kino ("Cine" en ruso)", mi segmento favorito. Aquí, los miembros alemanes de los Bastardos, la espía Von Hammersmack (Diane Kruger, a la que Tarantino dirige de un modo que recuerda a Uma Thurman en su vertiente elegante, y que protagoniza una escena en que el fetichismo de pies tan característico del director se presenta de un modo inusitadamente sutil y elegante) y el crítico de cine metido a teniente (interpretado por Michael Fassbender, que hizo un papelón en la reciente The Hunger) se encuentran en un bar subterráneo para ultimar los detalles del atentado que deben llevar a cabo. Sin embargo, la aparición de soldados nazis, de entre los que destaca el siniestrísimo Hellstrom (August Diehl), complica las cosas. Esta parte es, como la primera, un prodigio de tensión, y también se desarrolla casi exclusivamente en una larga escena casi teatral (diálogo como base, único escenario).
Finalmente está "La venganza del gran rostro". El estreno. Aquí, las tramas y personajes confluyen (¿o quizás no?) de una forma que en cierto modo es, curiosamente, más cercana al estilo del alumno Guy Ritchie que al del propio maestro Tarantino, quien nos regala un tour de force muy bien llevado, aunque sin la calidad brutal de las partes primera y cuarta. Sin embargo, esta última parte es la que verdaderamente eleva a Inglourious Basterds, gracias a su final, una mezcla de broma, ida de olla, reto y muestra de las posibilidades del cine. Y hasta aquí puedo leer, al contrario que muchos críticos subnormales que han destripado el final con sus insinuaciones más que obvias.
Al concluir la idea que se había venido cocinando en su mente durante diez años, dejándose por fin de homenajes y creando una broma que no necesita ritmo para ser bestialmente entretenida y que no tiene miedo de innovar, Tarantino ha renovado mi fe en él, así como, supongo, la de muchos otros, y probablemente incluso se haya metido en el bolsillo a más de un antiguo detractor. Y sólo llevo un visionado pero, como dice Tarantino en la última frase de la película, "Ésta puede ser mi obra maestra".
Tarantino fue, hasta hace poco, mi director favorito, o al menos lo consideré así durante muchos años. Fue su cine, concretamente esa obra maestra pop que es Pulp Fiction, el motivo de que me conviertera en un cinéfilo (o cinéfago, no lo tengo muy claro). Sin embargo, con el tiempo he ido descubriendo otros directores y otros tipos de cine que me han hecho comprender mejor la razón de ser, las causas, la originalidad, el valor de la filmografía de Tarantino, pero que paradójicamente también han hecho que me llene menos, reemplazándolo en mi... iba a escribir "en mi corazón", pero en fin. Donde sea.
Lo peculiar del cine de Tarantino radica, creo, en que su personalidad, que por otra parte esta marcadísima, tiene mucho de ajena. Sin duda, la importancia del diálogo -en particular del intrascendente- y la estructuración episódica, rota, son dos de los pilares fundamentales de su obra, pero el tercero es el homenaje, la cultura cinéfila. Ejemplo: Reservoir Dogs, su opera prima, es un remake de un thriller asiático (City on Fire, de Ringo Lam); aun así, si la original es relativamente conocida es gracias a Tarantino. ¿Por qué? Porque Reservoir Dogs no sería nada sin el montaje temporal y sin las referencias a Like a Virgin, a los túneles de Charles Bronson o a la femineidad inherente al color rosa.
Pero, sinceramente, no tenía unas ganas especiales de ver Inglourious Basterds. Kill Bill me gusta mucho, pero tiene una especie de relajación, de falta de ganas de crear algo verdaderamente propio. Al fin y al cabo, no deja de ser un homenaje (divertidísimo, muy original y perfecto como tal, eso sí) al wuxia y al spaghetti western. Luego llegó Death Proof, su mitad del fallido experimento de revitalización del Grindhouse, a mi gusto bastante inferior a la inocente Planet Terror de Robert Rodriguez, dada la indiferencia de sus diálogos y su nefasta estructuración temporal, aunque sí es interesante en cuanto a, por así decirlo, autobiográfica. No sabía qué esperar de Inglourious Basterds (me niego, por principios y/o pedancia, a usar la traducción del título), aunque por inercia estaba bastante convencido de que sería otro homenaje, mejor o peor, en este caso al cine bélico. Pero, nuevamente, las críticas me pusieron los dientes largos. Y, en fin... sigan leyendo, si así lo desean.
1941. Hans Landa (Christoph Waltz), coronel de las SS especializado en rastrear judíos, visita una granja del sur de la Francia ocupada. Un escuadrón de asesinos de elite judíos, los Bastardos, liderado por el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) es enviado a Europa para masacrar nazis y arrancarles las cabelleras. 1944. Un héroe de guerra alemán (Daniel Brühl), en su intento por conquistar a la joven Shosanna (Mélanie Laurent), consigue que el estreno de la película sobre sus hazañas tenga lugar en el cine que ésta regenta. Los Bastardos se reúnen con el teniente cinéfilo Archie Hicox (Michael Fassbender) y la actriz y doble agente alemana Bridget Von Hammersmack (Diane Kruger) para planear un atentado durante la prémiere. Von Hammersmack tiene una noticia bomba (...lo siento...): el Führer asistirá a la proyección.
Iré por partes (nunca mejor dicho. Je. Je. Dios, dos chistes de mierda en cinco segundos. Cómo me odio.). El título de la parte 1, "Érase una vez... en la Francia ocupada por los nazis" es una referencia obvia a la Once upon a time in the West (aquí, Hasta que llegó su hora, traducción absolutamente literal, por supuesto) de Sergio Leone. Referencia que se confirma a los pocos segundos, cuando una versión morriconizada de Para Elisa envuelve las imágenes, que se nos van entregando a un ritmo de espera tensa leoniano (¿leonesco?), claramente inspirado en el inicio de la propia Once upon a time..., aunque en un espacio de tiempo mucho menor.
Esta primera parte / escena, que dura unos quince minutos, mantiene al espectador sumido en un estado de tensión constante, de un modo que me ha recordado al inicio de Pulp Fiction. Sin embargo, esta escena aventaja a aquella por dos cosas: primero, porque Tarantino ha pulido notablemente la calidad visual de su cine, tanto en lo estético como en la selección de planos (Inglourious Basterds es sin ningún tipo de duda su película mejor rodada; véase el delicioso plano de las pastas con nata. Mmmmm.), y segundo, porque en este caso el personaje que provoca incertidumbre en el espectador es el -por así decirlo- malo. Y qué malo.
Hans Landa, 'el Cazajudíos', interpretado por el austriaco Christoph Waltz, el mejor personaje de la película y, ya puestos, de la filmografía de Tarantino. Un detective nazi de modales educados y sonrisa siniestra, bebedor de leche y fumador de pipa, multilingüe (durante el metraje somos testigos del ágil manejo por parte de Waltz no sólo del alemán sino también del inglés, el francés y el italiano; me parece sorprendente y maravilloso que nuevamente, como ya pasó hace poco con la sobrevalorada Slumdog Millionaire, una película que requiere tantos subtítulos haya triunfado en la taquilla). Su presencia es en todo momento perturbadora, puesto que está en todo momento un paso por delante del resto de personajes y, en ocasiones, hasta del espectador, con lo cual sus acciones se tornan por momentos absolutamente imprevisibles. Un acierto, sin duda.
Pero Landa no es, ni por asomo, el único personaje carismático. En la segunda parte, "Inglourious Basterds" (sigo negándome...), se nos presenta al equipo de Raine, una panda de frikis genial, contrapunto cómico a la seriedad de la trama. El propio Raine, muy bien interpretado por Brad Pitt en una especie de mezcla de sus papeles de Snatch y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, es un gañán sureño (hay quejas generales sobre su pronunciación, pero yo, que soy gran fan del acento del sur de los Estados, considero que lo exagera tanto como requiere el papel) farlopero de ascendencia apache con una mentalidad incomprensible que oscila entre la astucia, el lerdismo y la crueldad más absoluta.
Luego están sus hombres, de entre los que destacan el sargento Donowitz (interpretado por Eli Roth, director de Hostel y colega de Tarantino), 'el Oso Judío', un tarado con los ojos inyectados en sangre famoso por machacar las cabezas de los nazis con un bate de béisbol, y Hugo Stiglitz (Til Schweiger), un alemán que mató a trece oficiales nazis mientras estuvo en su ejército. También anda por ahí el sargento Utivich, interpretado por B. J. Novak con la misma frialdad extrañamente hilarante que transfiere a su personaje en The Office. La mayoría de los Bastardos no están tan desarrollados como el espectador desearía. Esto es una característica común de los secundarios de la película: muchos personajes interesantes sólo quedan insinuados antes de dejar de salir, o únicamente aparecen un momento. Lo cual es hasta cierto punto una jodienda, pero también un indicador de la capacidad de Tarantino para crear personajes atractivos.
Es curioso que sea precisamente esta segunda parte, que da título a la película, la que esté menos conseguida de todas. Contiene escenas impresionantes, pero también elipsis temporales demasiado extensas que, si bien contribuyen a que la película no se haga excesivamente larga (y no se hace, a pesar de sus dos horazas y media), también dejan una sensación de incompleción, de desaprovechamiento. Se nota que lo primero que se le ocurrió a Tarantino del guión fueron los propios Bastardos, pero que a medida que la idea se le iba agrandando los supuestos protagonistas perdieron interés en relación al resto de personajes. En todo caso, si la película se hubiera basado en estos personajes, que es lo que yo pensaba antes de tener una idea más o menos concreta de la trama, habría perdido mucho valor y, entonces sí, se habría quedado en un simple homenaje a Doce del patíbulo o Los violentos de Kelly. Por suerte no es así, y los hombres de Raine se convierten en secundarios de lujo.
La tercera parte, "Noche alemana en París", es la más narrativa. La protagonista en este caso es Shosanna, interpretada con ira contenida por Mélanie Laurent, buena actriz hasta ahora bastante desconocida fuera de Francia (para quien quiera ver más de ella, recomiendo Je vais bien, ne t'en fais pas). No es el personaje más llamativo, pero sin duda es el más coherente y sobrio. También tiene un papel importante Daniel Brühl, actor catalán-alemán conocido por Good Bye, Lenin! y Salvador Puig Antich, cuya sonrisa cándida perpetua cobra en Inglourious Basterds una nueva relevancia gracias a la complejidad de su personaje. Es en esta parte, directamente relacionada con la primera -aunque no voy a decir cómo-, donde se producen más avances en la trama, puesto que las dos anteriores son principalmente presentaciones de personajes.
Después llega el turno de "Operación Kino ("Cine" en ruso)", mi segmento favorito. Aquí, los miembros alemanes de los Bastardos, la espía Von Hammersmack (Diane Kruger, a la que Tarantino dirige de un modo que recuerda a Uma Thurman en su vertiente elegante, y que protagoniza una escena en que el fetichismo de pies tan característico del director se presenta de un modo inusitadamente sutil y elegante) y el crítico de cine metido a teniente (interpretado por Michael Fassbender, que hizo un papelón en la reciente The Hunger) se encuentran en un bar subterráneo para ultimar los detalles del atentado que deben llevar a cabo. Sin embargo, la aparición de soldados nazis, de entre los que destaca el siniestrísimo Hellstrom (August Diehl), complica las cosas. Esta parte es, como la primera, un prodigio de tensión, y también se desarrolla casi exclusivamente en una larga escena casi teatral (diálogo como base, único escenario).
Finalmente está "La venganza del gran rostro". El estreno. Aquí, las tramas y personajes confluyen (¿o quizás no?) de una forma que en cierto modo es, curiosamente, más cercana al estilo del alumno Guy Ritchie que al del propio maestro Tarantino, quien nos regala un tour de force muy bien llevado, aunque sin la calidad brutal de las partes primera y cuarta. Sin embargo, esta última parte es la que verdaderamente eleva a Inglourious Basterds, gracias a su final, una mezcla de broma, ida de olla, reto y muestra de las posibilidades del cine. Y hasta aquí puedo leer, al contrario que muchos críticos subnormales que han destripado el final con sus insinuaciones más que obvias.
Al concluir la idea que se había venido cocinando en su mente durante diez años, dejándose por fin de homenajes y creando una broma que no necesita ritmo para ser bestialmente entretenida y que no tiene miedo de innovar, Tarantino ha renovado mi fe en él, así como, supongo, la de muchos otros, y probablemente incluso se haya metido en el bolsillo a más de un antiguo detractor. Y sólo llevo un visionado pero, como dice Tarantino en la última frase de la película, "Ésta puede ser mi obra maestra".
1 comentario:
olaa! una crítica muy buena y muy completa. Para mí la trama más interesante se desarrolla entre Shosanna y el soldado, me parece que da un punto oscuro a la película (junto con Landa, que da miedito). Pero no estoy nadaaaa de acuerdo en que Death Proof sea "fallida", a mi me encantó, me pareció muy sorprendente. Un saludo
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