domingo, 31 de enero de 2010

La cinta blanca


Hay pocos cineastas actuales que tengan un estilo tan personal y reconocible como el del austriaco Michael Haneke, semiconocido por películas como Caché (Escondido), La pianista y, especialmente, Funny Games, sobrecogedor experimento que el año pasado Haneke se autocopió plano por plano, de forma despreciable -a mi parecer, el único punto negro (quizá también lo sea su adaptación de El castillo de Kafka, que aún no he visto) de una filmografía admirable, siempre centrada en un análisis frío, silencioso, lúcido y brutal de la relación entre violencia, humanidad y sociedad. Todas sus obras se ambientan en el presente, a excepción de El tiempo del lobo, que refleja el día a día de un futuro-no-tan-lejano apocalíptico de un modo creíblemente similar al del resto de sus películas. Así pues, cubiertos el hoy y el mañana, Haneke vuelve ahora atrás en el tiempo para crear la que probablemente sea su obra más ambiciosa: La cinta blanca, "un cuento infantil alemán", según reza el subtítulo.

La voz en off del que fue maestro de un pueblecito protestante de Alemania narra una extraña serie de sucesos violentos, aún no aclarados totalmente, que tuvo lugar en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Con estos acontecimientos como vago hilo conductor, asistimos a la cotidianeidad (hasta cierto punto trastornada por los accidentes, claro) de los habitantes, en particular a cómo los adultos tratan y educan a los niños -la generación que, veinte años después, asistiría al ascenso del nazismo.

Recuerdo que, en mi crítica de Anticristo, dije que, mientras que el cine de Lars von Trier pretende reflejar la maldad inherente a la naturaleza humana, la crítica de Haneke se enfoca hacia la sociedad. El visionado de La cinta blanca me ha hecho pensar que, según su visión, el ser humano es neutro, quizá incluso bueno (se idealiza la infancia; especialmente significativa en este sentido me parece la magistral conversación sobre la muerte que un niño tiene con su hermana mayor), pero que la vida en sociedad lo corrompe.


Hasta ahora en la filmografía de Haneke esta corrupción, este "interés por la violencia", había aparecido principalmente en relación al nihilismo de la juventud acomodada (Funny Games, El vídeo de Benny) o de un modo más amplio, referido a la paradójica incompatibilidad del ser humano con la vida en sociedad (El séptimo continente). En La cinta blanca Haneke habla de cómo la educación nos convierte en seres despreciables; es por esto que ambienta su obra en el periodo en que crecieron los futuros hombres y mujeres de la alemania nazi.

Los adultos son despersonalizados mediante la ausencia de nombres (los niños y adolescentes son Martin, Klara, Sigi, Karli... los mayores, "el maestro", "el médico", "la baronesa", "la comadrona"). Se nos muestran como seres desprovistos de emociones, con la excepción del maestro/narrador, cuyo romance con una joven niñera (Eva) ocupa buena parte del metraje; aun así, es inevitable sentir desprecio hacia ese observador casi siempre pasivo de los hechos -y que, cuando actúa, lo hace para mal.

El mayor (pero no el único) representante de esa maldad inculcada por los adultos es, simbólicamente, el pastor, líder espiritual de la comunidad. Con el supuesto propósito de evitar actos inmorales, azota a sus hijos adolescentes, ata a la cama las manos del varón para que no se masturbe y les anuda un lazo blanco, según dice, como recordatorio de que deben mantenerse siempre puros. Pero lo que para ellos implica la cinta blanca es, obviamente, todo lo contrario: la humillación, el dolor y la injusticia, camuflados tras una moral arbitraria.


La película se cierra de un modo muy revelador: la iluminación se va atenuando poco a poco, y la fotografía en blanco y negro hace que destaquen las partes blancas de la vestimenta de los adultos congregados en la iglesia, con el pastor en el centro de la imagen. Así, la "cinta blanca" está también presente en esos adultos maltratadores, insensibles, lascivos e incestuosos: en una sociedad como la representada, la inculcación de valores y métodos es un círculo vicioso.

La elección del blanco y negro, unida a otros elementos presentes en toda la filmografía de Haneke (ritmo anticonvencionalmente pausado, planos largos e inmóviles, silencio -la banda sonora se reduce a los instrumentos que tocan ciertos personajes), hacen inevitable la comparación de La cinta blanca con el cine de Dreyer y, más aún, con el de Bergman. Algunos diálogos de la película, reproches biliosos, descarnados, deben muchísimo a Secretos de un matrimonio, Sonata de otoño o Saraband. La presentación cruda y en absoluto estilizada de lesiones físicas (especialmente insoportable resulta el momento en que uno de los personajes grita de dolor por la presión que un vendaje ejerce en sus heridas) completa el repertorio estilístico de La cinta blanca. Son, quizá, levemente reprochables esos préstamos y correspondencias por parte de un autor que ha sabido mostrarse tan innovador formalmente (por ejemplo en Funny Games), pero encajan bien en la obra de Haneke.


Si bien esa captura del zeitgeist de la Alemania de principios de siglo está muy lograda, creo que resulta algo excesiva la aparente pretensión de explicar el nazismo desde un punto de vista casi puramente psicológico. Esto funciona hasta cierto punto, pero se obvian elementos económicos y políticos (los sociales sí se tienen en cuenta, en parte) que fueron determinantes en el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Lo cual tampoco importa demasiado, la verdad, porque probablemente Haneke sólo quiera mostrar la podredumbre de la moral de la época.

En ese sentido, La cinta blanca funciona de un modo muy similar al del resto de sus películas; es decir, si se hubiera rodado Caché (por poner un ejemplo de película en que acontecimientos misteriosos intruyen en lo cotidiano) dentro de setenta o noventa años, probablemente las sensaciones experimentadas por los espectadores serían muy cercanas a la que hoy vivimos al ver su nueva obra.

Resumiendo, La cinta blanca es una historia oscura, impactante y, en cierto modo, reveladora, perfectamente dirigida y fotografiada, y dotada de un ritmo lento, el cual, unido a lo extenso del metraje (algo más de dos horas y veinte minutos) y lo confuso de la "resolución del misterio", es suficiente para asustar o aburrir a cualquiera que no esté familiarizado con la obra anterior de Haneke -quien quizás sea el cineasta más importante de los últimos años. Ahí queda.

1 comentario:

La.vida.en.un.segundo dijo...

esta peli era muy jarcor, es lo único que recuerdo de ella ...