Dirección: Lee Unkrich.
Guión: Michael Arndt, John Lasseter, Andrew Stanton, Lee Unkrich.
Guión: Michael Arndt, John Lasseter, Andrew Stanton, Lee Unkrich.
Nunca sé muy bien cómo empezar a escribir sobre una película. En el caso de Toy Story 3, supongo que lo más apropiado es recordar. Si bien ni Toy Story ni Toy Story 2 fueron de esas películas que vi millones de veces durante la infancia -mis padres no me las compraron al salir en vídeo, y eso, claro, me impidió obsesionarme con ellas como con El Rey León o Pesadilla antes de Navidad-, llevo muchos años con unas cuantas de sus imágenes grabadas entre los ojos y el cerebro: el soldado de juguete reventado por un petardo, Woody gritando "¡Corre como el viento, Perdigón!", el bebé-araña, el pingüino lleno de polvo tosiendo, el nombre 'Andy' escrito en las suelas de los zapatos. Las dos primeras Toy Story me divirtieron, me emocionaron, me asustaron y me crearon la paranoia de que los juguetes podían hablar. Y eso es más de lo que hicieron la mayoría de películas que vi cuando era pequeño.
En la nueva y última entrega, Andy, igual que los que nos criamos con Toy Story, se ha hecho mayor. Está a punto de irse a la universidad, y tiene que decidir qué hacer con los trastos que tiene en la habitación, como los pocos juguetes que aún conserva. Por nostalgia coloca a Woody, el vaquero, entre los objetos que va a llevarse, y mete al resto -entre ellos el astronauta Buzz Lightyear- en una bolsa destinada al desván, pero su madre, confundiendo la bolsa con basura, la deja junto al cubo. Los juguetes, creyéndose traicionados por Andy y negándose a creer a Woody, que ha visto lo sucedido, se autodonan a una guardería, donde todo parece maravilloso, pero no lo es tanto. Mientras, Woody tiene que decidir entre su dueño y sus amigos. Y, por supuesto, rescatar a estos.
Supongo que a estas alturas ya sois conscientes de que Pixar está en racha. O, mejor dicho, siempre ha sido grande, pero ha llegado a un punto de perfección que parecía inalcanzable a una productora de películas -supuestamente- infantiles. Monstruos, S.A., Buscando a Nemo, Los Increíbles, Ratatouille, Wall-E, Up... incluso su peor obra, Cars, resulta entretenida, y encantó a los críos. Si bien Wall-E, mi favorita, tenía el ¿defecto? de no acertar tanto entre los niños como entre los adultos, con Up se logró el equilibrio entre lo infantil y lo adulto; ese balance sigue presente en Toy Story 3, que de hecho abarca un público incluso más diverso: niños, padres, futuros padres y, por supuesto y sobre todo, ex-niños recientes.
La saga Toy Story está planteada casi en "tiempo real". Los espectadores teníamos más o menos la edad de Andy en las dos primeras partes (aunque la elipsis de cuatro años entre los dos estrenos no se refleja tan claramente en las películas; la hermana pequeña del niño, que es un bebé en Toy Story, está aprendiendo a andar en Toy Story 2), de manera que la situación vital de Andy es la misma que la de aquellos que éramos pequeños cuando se estrenó Toy Story. Es momento de madurar, de dejar atrás la infancia, o al menos ciertos elementos de ella, y seguir adelante. "To move on", que dicen los anglosajones.
El mensaje de Toy Story 3 está muy dirigido a ese "moving on", esa aceptación de las nuevas etapas de una vida que no puede, de ningún modo, ser siempre igual. Así, necesitamos algo a lo que agarrarnos para ser capaces de avanzar; teniendo en cuenta que el guionista, Michael Arndt, ganó el Oscar por Pequeña Miss Sunshine (¡sorpresa!), no extraña demasiado que se enfoque hacia el grupo de seres cercanos que nos rodean, y que si en Pequeña Miss Sunshine era la familia, aquí es... bueno, los juguetes. Que vienen a ser, también, una familia.
Esto es Pixar, de manera que uno presupone que la película será tremendamente emotiva; presupone bien. El final me hizo llorar como una jodida niña, si bien una escena concreta un poco anterior que casi me lleva a hacerlo, pero me pude contener. Lo cual me lleva, sin que los que no la habéis visto sepáis aún por qué (estoy un paso por delante; me siento poderoso), a mencionar la enorme tensión que crea la película en algunos momentos. Toy Story 3 es, como película de aventuras, probablemente la mejor obra de animación que he visto. Todo está perfectamente organizado y planteado, y las dosis de emoción y de oscuridad -muy del estilo de la primera entrega- no cortan en ningún momento el ritmo, como tampoco lo hacen las tramas de los nuevos personajes.
Hay varias incorporaciones destacables al "reparto" habitual. La pareja Barbie-Ken (este último protagoniza algunos de los mejores momentos de la película) da muchísimo juego (<--- chiste involuntario), y el erizo de peluche que se cree un actor de teatro también es genial. El malo, un adorable osito fucsia con olor a fresa, es un mafioso siniestro y muy divertido. Por cierto, no sé qué tienen los creadores de Toy Story contra los sureños; tanto el antagonista de la segunda entrega como el de ésta lo son. Ah, y hay un cameo de Totoro... inesperadísima y agradecida aparición. Todo un detalle hacia Miyazaki.
En cuanto a los que ya conocemos, Woody, más centrado y sereno que nunca, es el héroe indiscutible, y Buzz pierde algo de protagonismo, aunque nos regala escenas muy divertidas y... folklóricas, digamos. Están también Ham, Slinky, Rex, el Sr. Patata y su mujer, los aliens verdes; casi todos los muñecos relevantes de las entregas anteriores aparecen, si exceptuamos a Bo Peep, la pastora, combinación extraña de ángel y femme fatale. No hay lugar en una trama tan llena de acción para una muñeca de porcelana, y la elección de Woody entre Andy y sus amigos se habría decantado hacia estos últimos con demasiada facilidad en caso de estar presente Bo Peep. Sinceramente, no la echo nada de menos.
Acabemos. Toy Story 3 no es sólo otra de esas maravillosas películas a las que Pixar nos tiene tan mal acostumbrados; tiene el valor añadido de hacer volver a la infancia por una hora y media a los que estamos creciendo, queramos o no, y lo hace mediante esos personajes a los que cogimos cariño hace ya quince años. Quince años, joder. Y, como nos dice la película, si bien no podemos ser niños eternamente y crecer implica sacrificios, no todo se pierde: la infancia es un ciclo, y muchos de sus elementos pueden transmitirse a los más jóvenes. Como los juguetes, o como las películas. Todo el mundo a poner Toy Story a sus hijos, venga.
En la nueva y última entrega, Andy, igual que los que nos criamos con Toy Story, se ha hecho mayor. Está a punto de irse a la universidad, y tiene que decidir qué hacer con los trastos que tiene en la habitación, como los pocos juguetes que aún conserva. Por nostalgia coloca a Woody, el vaquero, entre los objetos que va a llevarse, y mete al resto -entre ellos el astronauta Buzz Lightyear- en una bolsa destinada al desván, pero su madre, confundiendo la bolsa con basura, la deja junto al cubo. Los juguetes, creyéndose traicionados por Andy y negándose a creer a Woody, que ha visto lo sucedido, se autodonan a una guardería, donde todo parece maravilloso, pero no lo es tanto. Mientras, Woody tiene que decidir entre su dueño y sus amigos. Y, por supuesto, rescatar a estos.
Supongo que a estas alturas ya sois conscientes de que Pixar está en racha. O, mejor dicho, siempre ha sido grande, pero ha llegado a un punto de perfección que parecía inalcanzable a una productora de películas -supuestamente- infantiles. Monstruos, S.A., Buscando a Nemo, Los Increíbles, Ratatouille, Wall-E, Up... incluso su peor obra, Cars, resulta entretenida, y encantó a los críos. Si bien Wall-E, mi favorita, tenía el ¿defecto? de no acertar tanto entre los niños como entre los adultos, con Up se logró el equilibrio entre lo infantil y lo adulto; ese balance sigue presente en Toy Story 3, que de hecho abarca un público incluso más diverso: niños, padres, futuros padres y, por supuesto y sobre todo, ex-niños recientes.
La saga Toy Story está planteada casi en "tiempo real". Los espectadores teníamos más o menos la edad de Andy en las dos primeras partes (aunque la elipsis de cuatro años entre los dos estrenos no se refleja tan claramente en las películas; la hermana pequeña del niño, que es un bebé en Toy Story, está aprendiendo a andar en Toy Story 2), de manera que la situación vital de Andy es la misma que la de aquellos que éramos pequeños cuando se estrenó Toy Story. Es momento de madurar, de dejar atrás la infancia, o al menos ciertos elementos de ella, y seguir adelante. "To move on", que dicen los anglosajones.
El mensaje de Toy Story 3 está muy dirigido a ese "moving on", esa aceptación de las nuevas etapas de una vida que no puede, de ningún modo, ser siempre igual. Así, necesitamos algo a lo que agarrarnos para ser capaces de avanzar; teniendo en cuenta que el guionista, Michael Arndt, ganó el Oscar por Pequeña Miss Sunshine (¡sorpresa!), no extraña demasiado que se enfoque hacia el grupo de seres cercanos que nos rodean, y que si en Pequeña Miss Sunshine era la familia, aquí es... bueno, los juguetes. Que vienen a ser, también, una familia.
Esto es Pixar, de manera que uno presupone que la película será tremendamente emotiva; presupone bien. El final me hizo llorar como una jodida niña, si bien una escena concreta un poco anterior que casi me lleva a hacerlo, pero me pude contener. Lo cual me lleva, sin que los que no la habéis visto sepáis aún por qué (estoy un paso por delante; me siento poderoso), a mencionar la enorme tensión que crea la película en algunos momentos. Toy Story 3 es, como película de aventuras, probablemente la mejor obra de animación que he visto. Todo está perfectamente organizado y planteado, y las dosis de emoción y de oscuridad -muy del estilo de la primera entrega- no cortan en ningún momento el ritmo, como tampoco lo hacen las tramas de los nuevos personajes.
Hay varias incorporaciones destacables al "reparto" habitual. La pareja Barbie-Ken (este último protagoniza algunos de los mejores momentos de la película) da muchísimo juego (<--- chiste involuntario), y el erizo de peluche que se cree un actor de teatro también es genial. El malo, un adorable osito fucsia con olor a fresa, es un mafioso siniestro y muy divertido. Por cierto, no sé qué tienen los creadores de Toy Story contra los sureños; tanto el antagonista de la segunda entrega como el de ésta lo son. Ah, y hay un cameo de Totoro... inesperadísima y agradecida aparición. Todo un detalle hacia Miyazaki.
En cuanto a los que ya conocemos, Woody, más centrado y sereno que nunca, es el héroe indiscutible, y Buzz pierde algo de protagonismo, aunque nos regala escenas muy divertidas y... folklóricas, digamos. Están también Ham, Slinky, Rex, el Sr. Patata y su mujer, los aliens verdes; casi todos los muñecos relevantes de las entregas anteriores aparecen, si exceptuamos a Bo Peep, la pastora, combinación extraña de ángel y femme fatale. No hay lugar en una trama tan llena de acción para una muñeca de porcelana, y la elección de Woody entre Andy y sus amigos se habría decantado hacia estos últimos con demasiada facilidad en caso de estar presente Bo Peep. Sinceramente, no la echo nada de menos.
Acabemos. Toy Story 3 no es sólo otra de esas maravillosas películas a las que Pixar nos tiene tan mal acostumbrados; tiene el valor añadido de hacer volver a la infancia por una hora y media a los que estamos creciendo, queramos o no, y lo hace mediante esos personajes a los que cogimos cariño hace ya quince años. Quince años, joder. Y, como nos dice la película, si bien no podemos ser niños eternamente y crecer implica sacrificios, no todo se pierde: la infancia es un ciclo, y muchos de sus elementos pueden transmitirse a los más jóvenes. Como los juguetes, o como las películas. Todo el mundo a poner Toy Story a sus hijos, venga.
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