martes, 11 de noviembre de 2008

JCVD

Dirección: Mabrouk El Mechri.

Guión: Frédéric Bénudis, Mabrouk El Mechri, Cristophe Turpin.

Qué pienso yo de Jean-Claude Van Damme. Que es un pseudoactor de mierda, típica estrella de películas de acción lamentables, de esas de las que sólo soy capaz de ver escenas sueltas (a no ser que sean tan ridículas que me hagan descojonarme), sin ningún valor cinematográfico. Me suena que algunas de ellas no son del todo malas, a su modo: Blanco humano. Soldado universal. Kickboxer. En cualquier caso, el tipo de acción con que siempre se ha relacionado -o he relacionado- a Van Damme no es lo mío. Qué más sé de él. Que tuvo, de forma poco original, su época drogadicta; que realizó un baile patético en una de sus películas; que éstas ya ni pasan por los cines, sino que se venden directamente; que se puso palote en un programa de televisión, tras restregar sus (comparativamente con el resto del cuerpo) infradesarrollados genitales contra la pierna de una pobre mujer. Lo que vengo a decir es que no asociaría jamás a Van Damme con algo positivo. Mentira; ya no puedo hablar así. No en presente, al menos. Mi concepción sobre este hombre ha cambiado, como cambiará la de cualquiera que vea JCVD. ¿Razones? Léase.

Jean-Claude Van Damme es un actor que pasa por una crisis. (Sí, no excesivamente queridos amigos: esto es la sinopsis.) Su carrera se estancó en subproductos de acción desde su mismo inicio, pero hace muchos años que ni siquiera es popular en su género. Ahora simplemente usa sus películas como medio de subsistencia, pero resultan insuficientes cuando necesita dinero para pagar a su abogado los honorarios por el juicio por la custodia de su hija. Para alejarse durante un tiempo de sus problemas, Van Damme viaja a su ciudad natal, Bruselas. Allí, tras ser reconocido por dos fans, dueños de un videoclub, entra en una oficina de correos; minutos más tarde, desde el interior se inicia un tiroteo. La policía ha visto la cara de Van Damme en una ventana, y contacta con él: les dice que, a cambio de la liberación de los rehenes, quiere el dinero suficiente como para pagar a su abogado.

Antes de ver la película, creía que su gracia consistía únicamente en ver a Van Damme, nuestro amado Van Damme, ridiculizado por él mismo. Y sí, Van Damme interpreta a Van Damme, un tipo que es bastante risible, y nos obsequia con momentos de un humor patético genial, basados principalmente en la burla de su carrera (ejemplo único de chiste, que no es plan de cargarse la película: Steven Seagal le roba un papel porque promete cortarse la coleta por primera vez. Sublime.), aunque no sólo en relación a él, sino también al comportamiento de sus fans (eso de quitar un cigarrillo de la boca de una patada... es difícil). Sin embargo, esto no es todo. Van Damme da pena y lo sabe, y sabe también que ni Dios le toma en serio; así, decide derruir su imagen entre risas amargas para, tras ello, reconstruirse. Jean-Claude Van Damme se redime. Se redime como personaje, tras un enorme monólogo dirigido directamente al espectador, por emotivo, incómodo (y algo lastrado por la sobreactuación y la imposibilidad de extrapolarlo en su totalidad al verdadero Van Damme), convirtiéndose en un héroe, aunque uno humano; se redime como actor –y he aquí lo más chocante de la película-, demostrándonos que verdaderamente sabe actuar. Uala.

El otro punto a favor principal es la originalidad. Hay muchos biopics, pero en ninguno el protagonista está interpretado por sí mismo (que yo sepa; siempre “que yo sepa”); muchas veces un actor se ha interpretado a sí mismo, pero nunca hasta el extremo en que lo hace aquí Van Damme, menos aún mezclando de este modo realidad y ficción. Así, JCVD deja de ser una simple película para pasar a formar parte de esa hermosa, hermosa cosa que es el metacine. Facultad (o característica, como prefiráis) incrementada por las ya mencionadas palabras de Van Damme al espectador, de tú a tú, con las que nos destroza diciéndonos que le es muy difícil juzgarnos por ser incapaces de no juzgarlo. Hijo de puta.

Sin embargo, JCVD también funciona decentemente como un thriller criminal –género del que, en realidad, tiene casi más que de comedia. La ordenación temporal de los actos (y los títulos de estos) es tarantiniana, como también lo son, en parte, los diálogos. Y sí, la violencia, si queréis, pero por Dios, no me seáis tan simples de reducir a Tarantino a la violencia (y a la violencia a Tarantino). En la trama del atraco no existe demasiada originalidad, pero esto es excusado por la voluntad de los guionistas de ridiculizar no sólo los papeles de Van Damme, sino también sus películas en sí. El conjunto mejora gracias a la excelente dirección del novel Mabrouk El Mechri, que dota todo de un tono casi siempre realista, en ocasiones onírico, en todo momento de un ocre crepuscular. A destacar las escenas de acción que, si bien no son el elemento predominante, están. Pero no son espectaculares; de hecho, la película se inicia con la única secuencia que lo es, incluida precisamente en el rodaje de una película.

JCVD es una de las películas más sorprendentes que se han estrenado en los últimos años (o, ya que me pongo en este plan... ¡qué coño: una de las más originales de la historia del cine!), la unión más clara, o descarada, de una historia real con una de ficción; me acaba de venir a la mente Adaptation, pero ¡ah!, aquello era guionista-personaje, no actor-personaje... o actor-actor. Ambas, más bien... no sé ya. Se olvida bastante la importancia de esto, pero para mí lo es tanto como el objetivo de la película, lo que generalmente se ensalza de ella, aunque muy merecidamente: en JCVD Van Damme se desnuda interiormente, quizás no con total sinceridad, pero sin duda con total coherencia, escupe sobre toda su carrera y reniega de ella, al tiempo que la justifica y nos pide perdón... y nos perdona. Hijo de puta.

Valoración: 7,5/10.

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