Dirección: Clint Eastwood
Guión: J. Michael Straczinsky
Reparto: Angelina Jolie, Jeffrey Donovan, John Malkovich, Michael Kelly, Jason Butler Harner, Eddie Alderson, Devon Conti, Colm Feore, Geoff Pierson, Amy Ryan
Pocos directores actuales merecen el respeto que siento por Clint Eastwood. Cinematográficamente, quiero decir; para mí, lo ideológico es indiferente si no interfiere con el arte... mi artista favorito es Dalí, joder (en este punto, tengo una cierta sensación de dejà vu; es probable que ya dijera esto en una crítica anterior. En fin.). Así, cada vez que se estrena una nueva película suya me emociono hasta el tembleque. Recordemos Million Dollar Baby, Mystic River, Cartas desde Iwo Jima, por mencionar obras recientes. Esta vez, sin embargo, no he sentido apenas entusiasmo. El porqué se me escapa, pero muy probablemente esté relacionado con que la protagonista sea Angelina Jolie, que no es mala actriz, pero a la que no soy capaz de asociar con proyectos serios (si trabaja en alguno es porque busca el Oscar, como por ejemplo en ese pastel que es Un corazón invencible). Cada vez me viene más frecuentemente a la mente la idea de que mi predisposición al ir al cine condiciona mi opinión de la película, y eso me da un miedo enorme. Sinopsis y crítica.
Los Ángeles, 1928. Christine Collins (Angelina Jolie) es una mujer que vive sola con su hijo de nueve años, Walter, tras la marcha de su marido al nacer el niño. Una noche, cuando Christine vuelve del trabajo, Walter no está en casa. Hasta medio año después no tiene noticias de su hijo; es entonces cuando un capitán de policía (Jeffrey Donovan) contacta con ella para decirle que el cuerpo ha encontrado a Walter. Pero, al ver al niño, Christine se da cuenta de que no es verdaderamente su hijo. Aun así, cediendo a las insistencias del policía, que le dice que "está confusa" y que "ha pasado mucho tiempo", lo lleva a casa. Está segura de que ese niño no es Walter, pero la policía se niega a ayudarla; el único que le hace caso es el reverendo Briegleb (John Malkovich), que mantiene una lucha contra la corrupción y los abusos del departamento de policía.
A primera vista, la trama no parece tener demasiada lógica. Y esto podría ser una pega, de no ser por dos cosas: que el asunto está suficientemente bien desarrollado, y que la película está basada en hechos reales. Con lo cual, en este sentido no se puede culpar al guionista, un tal J. Michael Straczinsky que, por así decirlo, no ha trabajado en demasiados proyectos serios. Y eso se nota; lo peor de El intercambio es el guión. Aunque, eso sí, el ritmo está perfectamente conseguido y, a pesar de que el metraje prácticamente alcanza las dos horas y media, la película en ningún momento cansa, y de hecho se pasa volando; ni siquiera los infinitos giros argumentales desquician, puesto que son la causa de que el espectador sienta la emoción principal que se quería transmitir: impotencia. Sufrimos sinceramente junto al personaje de Christine (cumplidora Jolie, en absoluto oscarizable, aunque sigue siendo esta su pretensión) que, eso sí, se siente quizá demasiado monótono, poco desarrollado, a pesar de que la trama se centra en él.
No sólo el personaje de Jolie es unidimensional, sino que lo son prácticamente todos los demás; tan sólo uno se libra del adjetivo y consigue despertar incertidumbre en el espectador. Decir qué personaje es sería espoileador, con lo cual no profundizo más en esto. Pero, como digo, casi todos los personajes son terriblemente maniqueos: los buenos son el prototipo de la pureza moral, los malos son demonios. Como ejemplos, los personajes de (un extrañamente contenido y frío) John Malkovich y Jeffrey Donovan, el reverendo y el policía, extremos opuestos. De paso, comento que me resultaría molesta la identificación de la bondad con el personaje religioso de no ser porque el reverendo Briegleb existió realmente. Al menos, su faceta profesional (ehem) es secundaria; se trata muy por encima, como si el personaje la utilizara casi exclusivamente para llevar su discurso a las masas.
El reverendo Briegleb representa la lucha contra la corrupción del departamento de policía de Los Ángeles, de cuyas injusticias Christine Collins es símbolo, y el capitán Jones, ejecutor. Resulta muy interesante ser testigo de lo que se nos cuenta en este sentido y, como digo, el sentimiento de impotencia que se nos quiere transmitir está conseguido en todo momento. No sé si hay una crítica al sistema policial de la época, o si éste simplemente se utiliza como medio para crear indignación; espero que lo cierto sea esto último, porque la utilidad de criticar algo superado (diría, pero al no ser de Los Ángeles no puedo confirmarlo, claro está) setenta años atrás me parece bastante cuestionable.
El guión no es débil estructuralmente; el problema es que Straczinsky lo construye a base de tópicos, efectismos y simplificaciones. Muchísimas escenas, sobre todo las teóricamente dramáticas, contienen situaciones trilladísimas, soluciones de guión tremendamente típicas. En cualquier caso, esto no molesta tanto como los efectismos (hay mezclas entre lo típico y lo efectista, con lo cual se alcanza incluso la ridiculez); buena parte del metraje tiene lugar en una institución mental, retratada de la forma más obvia y exagerada que uno pueda imaginar. No quiero, eso sí, echarle toda la culpa al guionista; al fin y al cabo, fue Eastwood el que aceptó rodar la aparición súbita de una gallina como medio para sobresaltar. Vergonzoso.
Hay un problema con criticar esta película: la trama evoluciona constantemente (es por esto que se hace tan admirablemente amena), y dar cualquier detalle sobre acontecimientos concretos hace peligrar la capacidad del espectador para sorprenderse. Más de lo normal, quiero decir. Hay varias escenas geniales, pero mencionarlas desvelaría demasiado del argumento. En cualquier caso, lo básico es que la película consigue mantenerse a un nivel más que aceptable durante todo el metraje; no decae, sino que los defectos se mantienen constantes (además de los ya mencionados, es necesario comentar que los diálogos son bastante flojos).
El trabajo en la dirección es, como siempre, sobrio, elegante. Eastwood no es Kubrick; no hay una voluntad innovadora, casi ni siquiera artística, en sus películas, sino que utiliza procedimientos comunes a la perfección para crear obras clásicas. Su mayor virtud es su capacidad para encargar o escoger los guiones, pero en este caso ha fracasado. En El intercambio, Eastwood confunde lo clásico con lo típico, creando a una película que, si bien no puede considerarse mala -está bien rodada, mantiene la sensación de intriga y desasosiego durante todo el metraje-, resulta muy decepcionante. Veremos qué tal su siguiente película, El Gran Torino, protagonizada por él mismo (ya se le echaba de menos); las críticas no son demasiado halagadoras... aunque, bueno, las de El intercambio sí lo son.
Valoración: 6,5/10.
Guión: J. Michael Straczinsky
Reparto: Angelina Jolie, Jeffrey Donovan, John Malkovich, Michael Kelly, Jason Butler Harner, Eddie Alderson, Devon Conti, Colm Feore, Geoff Pierson, Amy Ryan
Pocos directores actuales merecen el respeto que siento por Clint Eastwood. Cinematográficamente, quiero decir; para mí, lo ideológico es indiferente si no interfiere con el arte... mi artista favorito es Dalí, joder (en este punto, tengo una cierta sensación de dejà vu; es probable que ya dijera esto en una crítica anterior. En fin.). Así, cada vez que se estrena una nueva película suya me emociono hasta el tembleque. Recordemos Million Dollar Baby, Mystic River, Cartas desde Iwo Jima, por mencionar obras recientes. Esta vez, sin embargo, no he sentido apenas entusiasmo. El porqué se me escapa, pero muy probablemente esté relacionado con que la protagonista sea Angelina Jolie, que no es mala actriz, pero a la que no soy capaz de asociar con proyectos serios (si trabaja en alguno es porque busca el Oscar, como por ejemplo en ese pastel que es Un corazón invencible). Cada vez me viene más frecuentemente a la mente la idea de que mi predisposición al ir al cine condiciona mi opinión de la película, y eso me da un miedo enorme. Sinopsis y crítica.
Los Ángeles, 1928. Christine Collins (Angelina Jolie) es una mujer que vive sola con su hijo de nueve años, Walter, tras la marcha de su marido al nacer el niño. Una noche, cuando Christine vuelve del trabajo, Walter no está en casa. Hasta medio año después no tiene noticias de su hijo; es entonces cuando un capitán de policía (Jeffrey Donovan) contacta con ella para decirle que el cuerpo ha encontrado a Walter. Pero, al ver al niño, Christine se da cuenta de que no es verdaderamente su hijo. Aun así, cediendo a las insistencias del policía, que le dice que "está confusa" y que "ha pasado mucho tiempo", lo lleva a casa. Está segura de que ese niño no es Walter, pero la policía se niega a ayudarla; el único que le hace caso es el reverendo Briegleb (John Malkovich), que mantiene una lucha contra la corrupción y los abusos del departamento de policía.
A primera vista, la trama no parece tener demasiada lógica. Y esto podría ser una pega, de no ser por dos cosas: que el asunto está suficientemente bien desarrollado, y que la película está basada en hechos reales. Con lo cual, en este sentido no se puede culpar al guionista, un tal J. Michael Straczinsky que, por así decirlo, no ha trabajado en demasiados proyectos serios. Y eso se nota; lo peor de El intercambio es el guión. Aunque, eso sí, el ritmo está perfectamente conseguido y, a pesar de que el metraje prácticamente alcanza las dos horas y media, la película en ningún momento cansa, y de hecho se pasa volando; ni siquiera los infinitos giros argumentales desquician, puesto que son la causa de que el espectador sienta la emoción principal que se quería transmitir: impotencia. Sufrimos sinceramente junto al personaje de Christine (cumplidora Jolie, en absoluto oscarizable, aunque sigue siendo esta su pretensión) que, eso sí, se siente quizá demasiado monótono, poco desarrollado, a pesar de que la trama se centra en él.
No sólo el personaje de Jolie es unidimensional, sino que lo son prácticamente todos los demás; tan sólo uno se libra del adjetivo y consigue despertar incertidumbre en el espectador. Decir qué personaje es sería espoileador, con lo cual no profundizo más en esto. Pero, como digo, casi todos los personajes son terriblemente maniqueos: los buenos son el prototipo de la pureza moral, los malos son demonios. Como ejemplos, los personajes de (un extrañamente contenido y frío) John Malkovich y Jeffrey Donovan, el reverendo y el policía, extremos opuestos. De paso, comento que me resultaría molesta la identificación de la bondad con el personaje religioso de no ser porque el reverendo Briegleb existió realmente. Al menos, su faceta profesional (ehem) es secundaria; se trata muy por encima, como si el personaje la utilizara casi exclusivamente para llevar su discurso a las masas.
El reverendo Briegleb representa la lucha contra la corrupción del departamento de policía de Los Ángeles, de cuyas injusticias Christine Collins es símbolo, y el capitán Jones, ejecutor. Resulta muy interesante ser testigo de lo que se nos cuenta en este sentido y, como digo, el sentimiento de impotencia que se nos quiere transmitir está conseguido en todo momento. No sé si hay una crítica al sistema policial de la época, o si éste simplemente se utiliza como medio para crear indignación; espero que lo cierto sea esto último, porque la utilidad de criticar algo superado (diría, pero al no ser de Los Ángeles no puedo confirmarlo, claro está) setenta años atrás me parece bastante cuestionable.
El guión no es débil estructuralmente; el problema es que Straczinsky lo construye a base de tópicos, efectismos y simplificaciones. Muchísimas escenas, sobre todo las teóricamente dramáticas, contienen situaciones trilladísimas, soluciones de guión tremendamente típicas. En cualquier caso, esto no molesta tanto como los efectismos (hay mezclas entre lo típico y lo efectista, con lo cual se alcanza incluso la ridiculez); buena parte del metraje tiene lugar en una institución mental, retratada de la forma más obvia y exagerada que uno pueda imaginar. No quiero, eso sí, echarle toda la culpa al guionista; al fin y al cabo, fue Eastwood el que aceptó rodar la aparición súbita de una gallina como medio para sobresaltar. Vergonzoso.
Hay un problema con criticar esta película: la trama evoluciona constantemente (es por esto que se hace tan admirablemente amena), y dar cualquier detalle sobre acontecimientos concretos hace peligrar la capacidad del espectador para sorprenderse. Más de lo normal, quiero decir. Hay varias escenas geniales, pero mencionarlas desvelaría demasiado del argumento. En cualquier caso, lo básico es que la película consigue mantenerse a un nivel más que aceptable durante todo el metraje; no decae, sino que los defectos se mantienen constantes (además de los ya mencionados, es necesario comentar que los diálogos son bastante flojos).
El trabajo en la dirección es, como siempre, sobrio, elegante. Eastwood no es Kubrick; no hay una voluntad innovadora, casi ni siquiera artística, en sus películas, sino que utiliza procedimientos comunes a la perfección para crear obras clásicas. Su mayor virtud es su capacidad para encargar o escoger los guiones, pero en este caso ha fracasado. En El intercambio, Eastwood confunde lo clásico con lo típico, creando a una película que, si bien no puede considerarse mala -está bien rodada, mantiene la sensación de intriga y desasosiego durante todo el metraje-, resulta muy decepcionante. Veremos qué tal su siguiente película, El Gran Torino, protagonizada por él mismo (ya se le echaba de menos); las críticas no son demasiado halagadoras... aunque, bueno, las de El intercambio sí lo son.
Valoración: 6,5/10.
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